Opinión

Una alegría extraña

ALBA FERNÁNDEZ
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Cielo santo. Caminaba con mi disfraz de extraterrestre por las calles llenas de colorido. De pronto, tuve un flash. Año 1960. Las plazas llenas de carteles “Prohibido disfrazarse”, “Prohibido cantar y bailar”, “Prohibido blasfemar”. El gobernador de bigotillo estrecho que velaba por el orden insistió en sus proclamas de grandes multas a quien osara enmascararse.

Tal vez me repita, hermana, hermano lector, pero la nostalgia me golpea y contarlo me hace bien. Tenía diez años, hordas clandestinas por las calles. Petardos. Más que petardos, poderosas bombas que estremecían las plazas. Recuerdo bien aquel hermano de La Salle de pálido rostro y mirada amenazante: “Imaginaos toda la eternidad en las calderas del Infierno”. Así que desde el colegio caminábamos mirando al suelo hasta la iglesia, mientras algunos paisanos nos arrojaban harina: “Ahí van los de la adoración nocturna”. Ya en la puerta de la iglesia, el hermano nos espetaba: “A rezar por esos hombres descarriados”.

Me detengo con mi disfraz de extraterrestre mientras pasa el desfile de carnaval. Ya no hay restos de aquellos carnavales de mi niñez. Ya no hay rastro del alma subversiva. Todo es tan correcto, tan limpio, tan ordenado, que me hiere. Aquellas bacanales en Roma que retrató Tiziano.

Ahora se trata de engullir y beber. Cierto, en las bacanales romanas los festines culinarios no tenían fin. Después, todo estaba permitido. Todo. Los comensales entraban en trance y hacían procesiones en honor a Baco, el dios del vino. ¿Recuerdas? Jesús convirtió el agua en vino en las bodas de Caná.

Ahora hay una frontera con la apoteosis de la lujuria. ¿Dónde están los desbordantes aquelarres? ¿El desenfreno sexual sin límites? En Roma, esos días se confundían esclavos y amos.

(Al menos las calles se llenaron de alegría. Quizás una alegría un poco extraña, intensa, casi sin interrupción. Ay, amigo, no tan lejos, las calles se llenan de cadáveres cada día. Una alegría como para espantar el miedo que anda solitario por las calles. Ya no se escuchan los petardos furiosos de mi niñez. Ya no. Pero si prestas atención y pegas el oído a la tierra como un indio sioux, seguro oirás los atroces estruendos que caen sobre una ciudad no tan lejana).

 

JUEVES, 23 DE FEBRERO

Ahí viene Antonino Nieto, jamás se derrota, con su libro de versos “El pulgar de la alegría” Allá el viernes 3 le arroparemos en el Liceo en su presentación. Cierto que sus presentaciones suelen ser siempre originales. Ya me ha llegado su libro. Lo abro al azar y leo: “Ahora al que sabe se le llama viejo/ y ya no cuenta,/ se le mata/ su sabiduría, su condena./ Ahora se borra el tiempo/ y la lengua es el patíbulo”.

Me cuenta: “Qué malos tiempos, Jaime, las editoriales huyen despavoridas si llegas a ellas con tu libro de versos bajo el brazo. Vamos, los editores se esconden hasta debajo de la mesa”. Pero él lo logra y ahí viene Antonino con su voz orgullosa y sus versos demoledores.

Hay que joderse, acabo de escuchar aquella canción de la banda Topo. ¿Recuerdas? Los dos la vimos actuar en la sala Sol y salimos cantando su estribillo: “Y mis amigos dónde estarán./ Con un cigarro en la boca/ arreglábamos el mundo / a golpes de futbolín./ Mis amigos, con los que hice la revolución./ Mis amigos en un tresillo se aplastarán”. Ay, Toni, entonces el mundo no era tan hostil. Aún no habían llegado los fulanos que nos manipulan con técnicas persuasivas ni había tantas paparruchas en la tele.

Siempre que pienso en ti, recuerdo a aquel camarero del Café Comercial que no dudaba en prestarnos mil pesetas. Cómo era; adivinaba cuándo no teníamos un puto duro. Aquel viaje Madrid-A Gudiña. Nuestros billetes terminaban en Zamora. Al llegar a Sanabria, el fulano nos arrojó del tren sin contemplaciones. Al bajar, la nieve nos daba por las rodillas. Qué golpe de suerte tuvimos. Justo entonces, un taxista de Verín se detuvo a nuestro lado, venía vacío. Eran aquellos tiempos en que acarreaban portugueses huidos de la guerra de Angola hacia Francia.

Abro de nuevo el libro y leo cómo interroga con la gran pregunta a los dioses: “Si puede evitar el dolor, ajeno, ¿por qué no lo hace?/ Si es todopoderoso, ¿por qué permite la miseria y la muerte?/ ¿Lo feliz le es ajeno?” Así que te invito hermana, hermano lector a su presentación. Seguro, su desafiante recital te conmoverá.

 

ANTONINO NIETO RODRÍGUEZ. “EL PULGAR DE LA ALEGRÍA”. EDITORIAL ARS POETICA.

LICEO. 3 DE MARZO. 20.00 HORAS.

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