Ramón Pastrana
LA PUNTILLA
Ositos
LA OPINIÓN
Si hay un Santo con quorum para portar la aureola de los deportistas, es Sebastián de Milán. Fue un soldado valiente que, en tiempos de persecución, escogió el cristianismo. El emperador Maximiano lo condenó a morir asaeteado, conformando un hito en la iconografía, con esa imagen del Santo atado a un poste frente a un aluvión de flechas, retratada por Guido Reni, José de Ribera, El Greco, Tiziano o Rubens. De un modo milagroso, Sebastián sobrevive y regresa ante el emperador. El castigo se redobla y, esta vez sí, muere azotado para convertirse en patrono, entre muchas advocaciones, de los atletas.
El Día de Todos los Santos celebra a todos los difuntos que disfrutan de la vida eterna, pero cabe destacar a aquellos que nos amparan. Con la beatificación de Juan Pablo II en 2011, el sillón del apóstol deportivo se le discute a San Sebastián.
Karol Józer Wojtyla nació en Wadowice hace 105 años. Su vida no fue sencilla, pues, en tiempos del horror de la Segunda Guerra Mundial tuvo que sobrevivir tanto al Eje como a los Aliados. En 1939 Alemania toma Polonia y en 1945 los rusos la liberan. Tanto Hitler como Stalin recelaban de la religión. Wojtyla se salva de los primeros con su fuerza, trabajando en una cantera y, de los segundos, con su inteligencia, gracias a su incalculable valor como traductor.
La larga lista la cultivó desde niño y la mantuvo, en lo posible, tras la “fumata bianca” de 1978. Ya con la mitra papal hacía jogging por los jardines vaticanos, pesas, natación y senderismo, calzándose las zapatillas en muchas de sus visitas como en Covadonga o mandando construir una piscina en el Palacio de Castel Gandolfo.
No cabe duda de que en esta coalición de mens y corpore, hay mucho deporte. El Papa los practicó casi todos. Esquí, hockey sobre hielo, ciclismo, natación, voleibol, béisbol, ajedrez, senderismo o piragüismo, participando incluso en un concurso internacional de kayak. La larga lista la cultivó desde niño y la mantuvo, en lo posible, tras la “fumata bianca” de 1978. Ya con la mitra papal hacía jogging por los jardines vaticanos, pesas, natación y senderismo, calzándose las zapatillas en muchas de sus visitas como en Covadonga o mandando construir una piscina en el Palacio de Castel Gandolfo. Todo ello sin olvidar sus 115 escapadas a los Apeninos, los Abruzzos o los Alpes para esquiar. Salía en silencio y atravesaba Roma en un vehículo sin matrícula italiana.
Pero la debilidad del Papa siempre fue el fútbol. Aprendió a jugar con su hermano Edmund en un campo local. En su juventud se federó en el MKS Cracovia. Era un aguerrido portero que también se desempeñaba como delantero cuando era menester. En los partidos entre judíos y cristianos, solía ir con los primeros si no tenían efectivos suficientes. Ya como Papa, llenaba estadios. En 1982 el Bernabéu y el Camp Nou. Fue socio de Madrid y Barça. A día de hoy sigue siendo el único pontífice que ha presenciado un partido, en el Olímpico de Roma en el 2000 por el Jubileo de los Deportistas. Los más grandes han besado su anillo: Pelé, Maradona, Ronaldo, Baggio... y también otros ajenos al balón como Ali o Shcumacher.
Juan Pablo II, conocía el poder del deporte porque hablaba desde la experiencia: “el fútbol es un método excelente de promover la solidaridad en un mundo afectado por las tensiones raciales, sociales y económicas”; pero tampoco perdió la oportunidad de alertar sobre la codicia y el egoísmo que han devorado al deporte rey: “en los deportes debe prevalecer el ser sobre el tener”. Ante la perturbadora falta de valores, el Papa al que quería todo el mundo, enseña a vivir.
@jesusprietodeportes
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