Fernando Ramos
HISTORIAS DE UN SENTIMENTAL
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Se cumplen cuarenta años de uno de los episodios más tristes de nuestra reciente historia. El 28 de junio de 1984 regresaban a Galicia los restos uno de los padres de la patria gallega, el político, intelectual y artista Alfonso Daniel Rodríguez Castelao. El irmán Daniel al que ensalzara el poeta Ramón Cabanillas, había fallecido en el exilio argentino unos años antes, en enero de 1950, y estaba enterrado en el cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires. La idea de repatriar -nunca mejor dicho- los restos de Castelao había partido de alguien tan poco sospechoso como el dirigente nacionalista Camilo Nogueira, que logró que el primer Parlamento gallego aprobase por unanimidad su iniciativa. Gobernaba, en minoría, la Alianza Popular de Manuel Fraga (el “galego coma ti”), pero el presidente de la Xunta era un reconocido galeguista, Gerardo Fernández Albor. A Nogueira, el nacionalismo radical tardó muchos años en perdonarle aquello. Les parecía un agravio a la figura del “guieiro” que su regreso a la Terra Nai lo pudiese capitalizar la derecha. Estaban convencidos de que, en vida, Castelao no habría regresado del exilio gobernando los “herederos” del franquismo.
Si se tira de hemeroteca, aquella fecha será recordada como aciaga. Hubo cargas policiales, detenidos y heridos. Las cercanías de San Domingos de Bonaval, donde tuvieron lugar los actos civil y religioso y el enterramiento definitivo de Castelao, llegaron a ser un auténtico campo de batalla, en el que las piedras y otros objetos arrojadizos se cruzaron con los porrazos de la Policía en una tarde que debería haber sido de fiesta para todos los gallegos. También hubo lágrimas, muchas lágrimas de emoción en quienes protagonizaron un acto cívico que bien merecía el calificativo de histórico. Porque se estaba haciendo historia. De algún modo quedaba cerrado el capítulo de la posguerra, el exilio y la represión para consolidar como una realidad tangible el anhelo de Castelao y tantos otros de una Galicia reconocida como nacionalidad histórica y con capacidad para autogobernarse, en el marco de una España democrática.
Nogueira, con esa claridad de ideas y con esa libertad de criterio con la que siempre se condujo, llegó a decir que la oposición al regreso de los restos de Castelao fue uno de los errores más graves cometidos por el nacionalismo organizado, algunos de cuyos actuales dirigentes -ya pocos- siguen defendiendo que tenían que hacer lo que hicieron para que quedara claro que quienes se consideraban auténticos herederos del pensamiento del autor de “Sempre en Galiza” no estaban de acuerdo con el retorno de sus restos en un momento como aquel, cuando la autonomía estaba en pañales y gobernaban Galicia quienes menos había luchado por ella. A día de hoy habría que reconocer que este país por el que tanto lucharon ambos tardó demasiados años en hacer justicia con Camilo Nogueira. Como cerrando el círculo, fue un Gobierno heredero de Fraga y Albor, presidido por Alfonso Rueda, quien acabó otorgándole la medalla Castelao. Quién podía merecerla más.
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