Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
En Sánchez es todo una certeza imprevisible de acomodo al momento y a sus propios intereses, incluida la Conferencia de Presidentes. En Sánchez es todo una relación de ambición y conveniencia política adaptada a las circunstancias y al discurrir de su propia tragedia personal y su figura menguante. En Sánchez es todo politiqueo parasitario, travestismo de la verdad, ilusionismo de la mentira e invención enfangada del relato. En Sánchez es todo una gigantesca cuestión de desconfianza, más allá del chantaje de Puigdemont y la “connivencia” con la que tergiversar la presunta corrupción. Con la boca chica, el prófugo y socio de Sánchez impulsa una moción de confianza a sabiendas de la desconfianza que el personaje de la Moncloa causa mayoritariamente en la sociedad española. Porque Sánchez no acudió al funeral de Valencia por miedo a que se repitiera el linchamiento social de Paiporta, porque no resiste la comparación con el rey o el líder de la oposición, que sí estuvieron, y porque la calle le censura por sus actos personales y familiares, su comportamiento político y su falta de transparencia.
Urge una regeneración democrática de concordia sólo posible con un cambio profundo
Sánchez es el acusado principal de un proceso ciudadano público de moción al sanchismo. Una moción a lo que representa como líder de un movimiento de populismo egocéntrico que está liquidando la igualdad entre territorios y españoles para construir en torno a si mismo un nuevo régimen de adoración y sumisión. Esto no es una cuestión de confianza como sugiere el socio golpista Puigdemont, sino que se trata de una moción de desconfianza que en términos reales viene a ser una moción de censura encubierta. Todos los movimientos preventivos de Sánchez, sabedor de que la amnistía y otras cesiones no se pueden cumplir por ley y decencia moral, están encaminados a capear “con las cartas marcadas” la tortura judicial que se le viene encima a él, a su Gobierno y a su familia. La cumbre de Santander tras la autoproclamación en su congreso socialista a lo Putin pretende anticipar la preparación de un horizonte electoral más pronto que tarde, porque Sánchez no podrá aguantar más allá de 2025, tal y como está telegrafiando en cada una de sus decisiones partidistas. Entre trileros anda el juego, de modo que Sánchez, Puigdemont, Junqueras y el tándem vasco se amagan pero no se dan, porque forman un tinglado de intereses políticos, judiciales y económicos que se derrumbaría por completo con consecuencias en los tribunales si hay un Gobierno de Feijóo. O no.
La moción de confianza y de boquilla es en realidad una moción retórica de desconfianza que sólo tiene dos caminos: una moción de censura valiente que despierte la conciencia de los nuevos progre-bolivarianos de derechas (PNV y Junts) o rechazar los presupuestos que obliguen a un adelanto electoral. Se advierte en la oposición un ligero miedo escénico a dar un paso en falso presentando una moción de censura que Sánchez podría no perder como Rajoy. Pero como se suele decir, quien no arriesga no gana y España necesita más que nunca un paso al frente. Inteligentemente, Feijóo trata de que Sánchez se cueza en su propia salsa tóxica, pero ese sanchismo bipolar y sin escrúpulos ha demostrado numerosos trucos de supervivencia política, el principal mantenerse en el Gobierno pese a perder las elecciones, que es lo máximo a lo que aspira ahora el sanchismo reincidente. La soledad del centro-derecha es un cordón sanitario inspirado en la traición de Zapatero refrendada después por Sánchez. Estamos ante un desamparo instalado mediante ese complejo neurótico liberal que compra el marco político de la izquierda radical, eso que se dio en llamar superioridad moral de la izquierda pero que en realidad es en muchas ocasiones amoral. Porque la izquierda radical se ha apoderado del sanchismo después de una pasada por el Frankenstein y por los pactos con el comunismo extremo caraqueño de Podemos, Sumar, Bildu y ERC.
Lo de Sánchez y Puigdemont es, como lo de Sánchez y la oposición, una moción de desconfianza mutua y recíproca ganada a pulso por el comportamiento turbio del sanchismo. Esa forma de hacer política, de espaldas siempre al interés general, a menudo enojada con el bien común, traiciona las reglas del juego que nos dimos con la Transición y la Constitución, y pone en cuestión la calidad democrática de nuestra monarquía parlamentaria con el punto de mira republicano puesto sobre la Corona. Afortunadamente, los reyes han demostrado estar a la altura de la Jefatura del Estado, y así lo reconoce la ciudadanía. La moción de desconfianza de la mayoría de los españoles sobre Sánchez es de plena confianza social en la Monarquía, a la que este Gobierno y sus socios tanto hostigan. España ha entrado en un estado anímico de desconfianza política y desafección generalizada que pone en cuestión la viabilidad del Estado tal y como lo hemos entendido desde 1978. Lo de Ábalos en el Supremo, previa expulsión del PSOE, demuestra que el fango aprieta y puede ahogar. Por eso urge una regeneración democrática de concordia sólo posible con un cambio profundo y la recuperación del respeto a nosotros mismos. Los españoles deben ganar esta moción de desconfianza por un presente honrado y un futuro igualitario.
Francisco Franco, la instantánea de moda. Desde aquel “españoles: Franco ha muerto” (en la cama) pronunciado por Arias Navarro el 20 de noviembre de 1975 hasta nuestros días, el dictador nunca había tenido tanto protagonismo como con el sanchismo. No hay día en que el régimen actual no desentierre a Franco, convertido en un comodín guerracivilista por la izquierda nostálgica. Pedro Sánchez no tuvo tiempo de acudir al funeral de Valencia para homenajear a los muertos recientes de la dana, pero sí hizo un hueco para homenajear a los muertos del bando republicano de la Guerra Civil de hace 88 años. Es legítimo homenajearlos, pero a todos, porque no hay muertos de primera ni de segunda, ni de vencedores ni vencidos. Para Sánchez hay muertos selectivos, y eso es lo que unos llaman memoria y otros, desmemoria. El caso es que Sánchez ha anunciado un centenar de actos en 2025 para conmemorar los 50 años de la muerte de Franco bajo el lema “España en libertad”, como si antes del sanchismo no hubiera habido ni libertad ni democracia gracias a la Transición, la Constitución y los gobiernos de Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy.
El rey Felipe VI ha consumado con su viaje a Italia una imagen sólida como mejor embajador de España. De nuevo fue usado por la Moncloa como moneda de cambio para tapar la torpeza de la ausencia del Gobierno español en la reapertura de Notre Dame. Pero la Corona se está ganando a pulso su credibilidad y el cariño popular por su comportamiento ejemplar con las víctimas de la dana y por silenciosa labor en favor de una España unida, solidaria y democrática. Los reyes se han convertido en sentido de Estado, en la única institución imprescindible que el sanchismo no puede okupar ni manejar a su antojo. Durante años se ha visto cómo el republicanismo Frankenstein atacaba a la Monarquía, hasta usar políticamente al rey emérito para desgastar a Felipe VI. Al margen de sus errores, la mayoría de los españoles comprende que en el haber de Juan Carlos I están la democracia y el freno al 23-F. Y lo demás lo dirán los tribunales, no un destierro El sanchismo necesita la tensión de Franco para dividir y polarizar, del mismo modo que utiliza la Corona de forma populista para distorsionar la democracia, la Constitución y la monarquía con el fin de alentar un cambio de régimen.
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