Lalo Pavón
O AFIADOR
Cando a xustiza política chega tarde
LA OPINIÓN
Puede que muchos crean que las únicas tangencias detectables de Jorge Martínez con el deporte se reduzcan a asuntos de alcoba. No les faltaría razón pues el líder de Ilegales se pasó media vida reconociendo sus contrariedades con ítems del ejercicio que las hordas fanáticas acogieron como himnos de una métrica cruda, transgresora e imperecedera de las cosas que ya no se pueden decir. “Tengo un problema sexual, soy una bicicleta” y “es mi deporte favorito el adulterio” son dos apotegmas que no esconden mayor verdad que la sátira, pues debajo de los 186 centímetros de pellejo que cubrían al ser más irreverente del rock nacional, había un deportista en potencia que nunca derivó en acto. Su carácter conflictivo lo derivó a un colegio militarizado en el que decía ser “el atleta más brillante”. Corría y jugaba al fútbol como delantero tanqueta; no le dieron la oportunidad en el boxeo por “frío y destructivo”, pero sí encontró la dicha en el hockey. Tal fue la destreza que adquirió con el stick que, tiempo después, lo utilizó como mazo de la justicia en el cenagal del proxenetismo en favor de las mujeres humilladas. Porque Jorge, además de feo y fuerte, era formal.
El rock, el deporte y la dopamina forman una tríada indisoluble por la que seguimos en pie.
A Roberto Iniesta no se le conoce un pasado tan prolífico en la gimnasia como el de su colega. Sí es sabido que sus padres, Carmen y Juan, eran profundamente colchoneros y fundadores de la peña atlética de Plasencia. El ‘hombre pájaro’ recibió en herencia la liturgia del Calderón y en abril de 1996, justo el día en que grababa el video de ‘So Payaso’ y al lado de otro líder transgeneracional como Rosendo, se enfundó una casaca tan mítica como la del mecenazgo de ‘Marbella’. El Atleti ganó el doblete y, años después, explotó el ‘Caso Camisetas’ que bien podría haber sido el leitmotiv de cualquier tema taleguero de Extremoduro. Es probable que la filosofía del fútbol de barrio se adhiera al verso de Robe, de espíritu rebelde y vocación honesta, de cantar a las cosas que duelen, que supuran y que salen del tuétano que se rasga. De la abnegación y la redención constantes, que nos unen en ese camino en el que “todos, como hermanos, repartamos amores, lágrimas y sonrisas”.
El rock, el deporte y la dopamina forman una tríada indisoluble por la que seguimos en pie. Bruce Dickinson, vocalista de ‘Iron Maiden’ fue uno de los diez mejores esgrimistas británicos y todavía saca lustre al florete; Lars Ulrich, batería de ‘Metallica’, una de las mayores promesas del tenis danés; Rod Stewart dejó la cantera del Brentford por la música y ya en terreno patrio, la historia de Loquillo con el baloncesto, merece un punto y aparte. Entrenado por Aíto García Reneses y compañero de Epi, quien lo bautizó, llegó a jugar en el Mataró donde las chupas de cuero y la sombra de ojos no terminaron por encajar en la disciplina de la época. Fue precisamente de Loquillo una de las despedidas más sentidas a Jorge Ilegal, “real, como la vida, una batalla campal desde el principio”. Porque todo esto es cíclico.
No se me ocurre mejor forma de cerrar este obituario que con una frase de quien no creía en nada porque ahí es donde residen todos los abismos de los que hablaron los genios valientes. Quevedo, Bukowski, Bazán, Zola y por supuesto, Nietzsche, que consideraba perdidos “los días en que no hemos bailado al menos una vez”.
A Jorge, a Roberto y a todos los poetas muertos.
@jesusprietodeportes
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