Pantera

Publicado: 14 jul 2024 - 04:00

Viernes, 12 de julio

Ayer me hablaron de él, avanzados los noventa años, pero no se perdona un buen cocido, un buen habano y una buena tertulia. Tengo un gran recuerdo. Estuve a su lado algunos años en Madrid y, cierto, me trató de una forma paternal.

Pero te cuento, hermano lector. Hablo de José Luis Carrasco, Roque, el propietario de aquel restaurante gallego, Morriña. Qué delicia comer allí. Comenzó trabajando en el mítico bar del hotel Aurora de Verín. Mira tú, allá en los sesenta se hizo boxeador. Le llamaban nada menos que La Pantera Verinense. Cuentan que tenía una izquierda mortal y los reflejos de un contrabandista escaqueándose de la Guardia Civil. Sucedió que llegó a la villa un emigrante venido de Sudamérica. Traía una gran fortuna y nuestro héroe comenzó a trabajar con él, entre otras cosas, al frente del hotel El Coloso de Madrid. Los negocios le fueron bien y pronto inauguró su primer restaurante en la calle Leganitos, Morriña. Después, otros como La Muiñeira. Pronto se hizo famoso en Madrid, sobre todo por su buena cocina y sus dotes de relaciones públicas.

Conque, en 1970, llego yo a Madrid con mi padre a estudiar Periodismo. Allá nos fuimos a ver a Roque, amigo de mi padre, para que nos informara de algún alojamiento para mí. Recuerdo bien, el restaurante estaba lleno de clientes que engullían opíparos platos. Entonces él se quedó pensando y, para sorpresa mía, dice: “Bueno, o rapaz que veña a comer aquí, xa che fago prezo”. Hay que joderse, ahí me tienes cada mediodía entre clientela de nivel. ¡Cielo santo, cuánta gente importante conocí allí! Se me iban los ojos, sobre todo, con las azafatas de compañías sudamericanas que eran habituales. Ligaba, como se decía entonces, mucho con ellas. El problema venía cuando salía acompañado de alguna acostumbrada al alto standing. Mi economía de estudiante no daba para tanto. Al verme comer allí, pensaban que era un hombre de grandes recursos. Cuántas veces utilicé el truco ya de madrugada: “Joder, he dejado la cartera en casa”. Ellas casi siempre tragaban.

Cómo es la vida, allí conocí a la periodista y escritora Isabel San Sebastián. Acababa de llegar de Chile su padre diplomático y, de aquellas, era una chica revolucionaria y de izquierdas. Escuchábamos juntos al grupo Quilapayún. Tantas veces sonó en el casete la letra de Nicolás Guillén interpretada por ellos, “La Muralla”. Pues mira tú, nos hicimos novios, hasta nos fuimos a Ibiza y Formentera. Pasó el tiempo e Isabel viró hacia la extrema derecha. Pero hoy es una novelista de éxito.

Cierto que el restaurante tenía algo de embajada gallega. Juan Pardo se ponía ciego con el caldo. Pucho Boedo agotaba la existencia del albariño. Y yo por allí; con frecuencia me decía Roque “Venga, Jaime, lleva a esta gente a conocer la noche de Madrid”. Así me hice un poco guía. Inevitable, empezábamos la noche en la discoteca JJ y terminábamos ya muy de madrugada en el cabaret Pasapoga, allá en los bajos del Cine Avenida en Gran Vía.

Pero hoy quiero hablar de un cliente muy especial que conocí allí. El propio Vicente Gil, el médico personal del general ferrolano. Vallisoletano, fibroso, cercano con frecuencia y conversador. Imagínate la cantidad de fulanos que le rondaban para obtener algún favor. Falangista puro. Furibundo amante del boxeo, llegó a ser presidente de la Federación Española. Eran buenos tiempos para este deporte. Allí estaban Legrá, Carrasco, Velázquez, De Cal, Galiana. A veces aparecía por el restaurante Folledo, siempre elegante y altivo. No tuvo suerte, no llegó a ser campeón de Europa.

Anda por ahí un libro, “Cuarenta años junto a Franco” de Vicente Gil. Cierto es que era el único que se permitía llevarle la contraria a Franco y no se cortaba un pelo al decir que tal ministro era un sinvergüenza. La leyenda dice que cuando Franco estaba muy enfermo y su yerno, el marqués de Villaverde, dirigía el hospital de La Paz, se pelearon él y Vicente Gil. Vicente, que sabía de boxeo, le pegó unos buenos viajes.

(Recuerdo cuando no tenía un duro, los sablazos que te di. Las intensas tertulias que tú liderabas con retranca de la “raia”. Eran los tiempos del jodido “La La La”. Qué alboroto se formaba cuando Massiel, que vivía frente al restaurante en la calle Leganitos, bajaba a comer.

Me dicen que estás como un roble. Ojalá que te vaya bonito, campeón, Pantera).

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