Opinión

Nadie se lo imaginaba

Bolsonaro levantó en brazos a un enano pensando que era un niño. Una parte de Ourense decidió impulsar a Jácome imaginando un alcalde. El problema no es del enano ni de Jácome. 

El alcalde de Ourense ha dado sin pretenderlo un gran servicio a la política clásica. Un tipo sin formación, sin lecturas, sin partido, sin principios, sin ética ni ideología accedió a la Alcaldía de la tercera ciudad de Galicia. Sufridos votantes, ¿cómo funcionaría este maquiavélico experimento? Amante de los rascacielos, dueño de una tele pirata, pionero de la antipolítica, enfant terrible, concejal punk y ahora alcalde irreverente, su reto era demostrar que alguien podía dirigir un Concello con una filosofía a caballo entre el graciosete/matoncillo de clase que 20 años después sigue diciendo las mismas estupideces cuando no consigues escaparle en la calle y el cuñado cutrepijo que estuvo tres meses en Nueva York y volvió diciendo que era emprendedor  y hablando spanglish, you know?

Catorce meses después, estos son los resultados y bienvenida sea la nostalgia del viejo bipartidismo. Sin entrar en comparaciones ni recordar a Podemos, Bartomeu y Quique Setién han hecho algo similar en el Barcelona. Normalmente –ahí está la navaja de Ockham-, lo más probable es lo que acaba sucediendo al final. Al menos, en estos tiempos tan inciertos tranquiliza observar este tipo de fracasos funcionando como profecías autocumplidas. Nadie se imaginaba cómo alguien como Jácome podía funcionar en política. Nadie se imaginaba cómo alguien como Jácome podía llegar a ser alcalde. Nadie se imaginaba cómo un alcalde podía hacer tan poco con tanto dinero en caja y mayoría de gobierno. Tampoco nadie se imaginaba cómo alguien podía estirar hasta estos límites la mala educación, las dudas sobre la financiación de sus chiringuitos, la irresponsabilidad o sus aparcamientos ilegales. 

Afortunadamente, la imaginación y su autoconfesada procrastinación –veremos qué dice de todo esto la justicia, después de estar una década riéndole las gracias- tienen fronteras: Jácome poseía olfato político pero en realidad no sabía nada. Y el populismo –pocas veces tan zafio- se combate con la realidad. Su mejor oposición –para otro capítulo quedará el papel de Villarino, incansable en su afán de avergonzar al PSOE- acabó siendo dejarle hablar e intentar hacer sin ataduras: un año de gobierno ha supuesto su absoluto derrumbe. A estas alturas quién se puede acordar ya de su kilométrica lista de promesas incumplidas, su errática –nótese el eufemismo- política de personal, sus insultos en las redes sociales, sus sectarias batallas –contra la burocracia, los placeros, el comercio local, la cultura, los periodistas, los bomberos o los sindicatos- o sus groseras contradicciones. 

En estos tristísimos lodos, el humor es el último reducto, quizás el más útil, de nuestra supervivencia. Pero Jácome ha sido también aquí un desafío: se supone que los bufones son necesarios porque funcionan como espejos distorsionados de la sociedad; el problema surge cuando están al mando de la nave. 

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