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DEAMBULANDO
El nordés es ese jodido viento que sopla en la costa galaica pero aquí me refiero a un ciclista rodaje por ese noreste en torno a la ciudad a cuyo encuentro discurro por una de las márgenes de ese rio Barbaña que encorsetado fue de gruesos muros y laterales paseos allá por finales de siglo; asciendo hasta Seixalbo, dinámica aldea del término de la ciudad, para ir hasta el fondo donde la capilla de Zaín en las faldas de Sta. Mariña do Monte para ascender a As Curuxeiras, que es esa aldea que suena después de Rairo, donde, transitando por media legua de asfalto paso de soslayo p ante un edificio de Retro que actividad tuvo para rehabilitar a toxicómanos, ogaño de cierto abandono; atravieso por a Zamorana y doy entre pinares de una pista en el extremo sur del parque empresarial de Monterrei, que nunca se comprende uno así, tan vecino del grande de San Cibrao, para tomar un café en a Derrasa con un cuasi íncola del lugar, que está pensando en trocar la soñada vida campestre porque liado en una comunidad de vecinos decidió exiliarse en el campo, añorando ahora la vida ciudadana en la que menos dependes de tu auto; ahora en diario peregrinaje entre el campo y la ciudad, que si tuviese intereses en la urbe como los del usurero Alfio, de la horaciana oda, seguramente desertaría de su dorado refugio que aun le retiene.
Libando una gaseada agua con el dicho dejé la bici a la intemperie, fuera del vigilante ojo, por temeridad se tomaría si la camarera no insistiese en que seguridad absoluta de que ningún amigo de lo ajeno por allí asomaba. Casi enfrente, si aplicases el oído oirías los raquetazos del Club Sto. Domingo, relanzado con nuevas generaciones de usuarios con su amplia oferta de canchas de tenis, padel, polideportivo, piscinas, servicios de hostelería, cuando los augurios no eran favorables a tal dinamización. Un renacimiento que no deja de sorprender cuando otro club, el Tenis Ramirás, dejó de existir…por falta de socios. El de A Derrasa no solo aguantó si no que incrementó la masa social.
Dejo a derecha la cárcel de O Pereiro cuyas paredes interiores decoró Quessada para reposo visual de reclusos valorando la libertad de la que gozamos
Pasar por Sta. Marta es recordar a ese constructor, Alejandro Rodríguez, que nunca aspiró a lo grande, saneado como estaba en su negocio, que moraba en una casa chalet con cancha de tenis donde de vez en cuando echábamos unas bolas. Por Veiga de Abaixo, las casas coloridas de una urbanización a la que siempre ha de mirarse por diferente; más adelante Loñoá, y hacia Triós donde una casa rectoral restaurada por el recordado Elias G. Gurrierán de la que morada rural hizo, lo mismo que más abajo, en Sobrado, el organista Carmelo que solía deleitarnos con armoniosos sones en religiosas ceremonias. Por Trios verás cabalgar a Enmanuel y consorte cuando su negocio de maquinaria agrícola se lo permite.
Ya no mora el popular polideportista Willy en la inmediata Covas, ido pero no olvidado, ni Arturo, de la Gafa de Oro, más abajo, que reservada vida llevó, cuando de paso por caminera pista que puede dejarte en el mismo mosteiro de Rocas, del que sostenía Cid Rumbao que lo de rocas, por la forma de ruecas que tenían sus cónicos peñascos; fue como remontar hacía Melón, la de Esgos, pasar bajo la extinta cantera de Oteca, entre O Regueiro y Lampazas, ganar el regato do Grañal que en Os Gozos desemboca, pero no sin antes ofrecernos idílicos rincones, sobre todo en los molinos de Riobodas.
Dejo a derecha la cárcel de O Pereiro cuyas paredes interiores decoró Quessada para reposo visual de reclusos valorando la libertad de la que gozamos, conecto con Os Gozos que me trae recuerdos de una acampada en Monterrei cuando chavales nos chapuzábamos en las friísimas aguas de la presa del Loña; por los alombamientos donde hoy el club de Golf paso hacia As Caracochas donde castillo hubo y huertecillo florístico que con tanto mimo cuidaba Aser Barreiros cuando su negocio de camisería se lo permitía o su afín, el también recordado Olegario, gerente del primer Zara y de la tienda bar Tia Matilde (el de Jack Nicholson, por su parecido con el actor que él en un cartel tenía con la leyenda Ya Nichol Son) suplía sus ausencias.
Y ya en casa, agradeciendo la bajada cuando los calores instaban.
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