Tiempo de engaños

Vivimos en un tiempo demasiado dado a la confusión y, como su expresión más extrema, a la mentira. Diría incluso que lo que persistentemente en tiempos y en culturas fue uno de los más altos valores, la claridad y la verdad, va dejando paso a la interpretación y el relato subjetivo, cuando no directamente al embuste y la mentira.

La confusión nos atraviesa en este tiempo presente. En este noviembre a 25 grados es fácil preguntarse, ¿pero quién miente aquí, la naturaleza o el humano?

Marcescentes son árboles y arbustos caducifolios, que, tras haber finalizado el periodo vegetativo y el cambio de color del follaje, permanecen con la gran mayoría de sus hojas durante toda la estación fría (tanto el otoño como el invierno) hasta la salida de las nuevas hojas en la primavera. Por decirlo sencillamente, los árboles marcestentes son aquellos árboles y arbustos de hojas caducas que no caen en invierno.

El Quercus Pyrenaica, cerqueiro o carballo negro, es uno de ellos. Y cualquiera que se de un paseo estos días de temperatura récord puede ver como, lejos de lo normal, están dejando caer sus hojas y acelerando su ciclo confusos sin saber si entramos en otoño o si por contra, llega ya la primavera.

El cambio climático de origen humano engaña a la naturaleza. Los búhos nivales, maravillosas aves blancas también conocidas como búho de las nieves o gran búho del Ártico habita habitualmente zonas árticas. Poca gente sabe que Estaca de Bares es el mayor corredor migratorio de Europa. Y pocos sabemos (yo me enteré gracias a un amigo montañero y biólogo apasionado de las aves) que tres búhos nivales, sí los búhos árticos, atravesaron probablemente Estaca de Bares y pasaron el invierno pasado en la Cordillera Cantábrica. Las hipótesis cuentan que estos extrañamente viajeros búhos nivales podrían haber llegado al cantábrico desde Alaska.

El cambio climático confunde y la historia gira. Alaska, en cuya exploración por cierto se esmeró un gallego de Corme, Francisco Antonio Mourelle de la Rúa (pero esa es otra historia), no era territorio norteamericano, fue durante décadas territorio ruso. El zar Alejandro II, que había hundido a su pais en una delicada situación económica y sin la capacidad demográfica ni geopolítica de mantener el poder sobre el 1.518.800 kilómetros cuadrados de inhóspito territorio blanco de la se lo vendió a Estados Unidos. Demasiado territorio gélido para controlar.

Paradojas de la historia, Alaska comienza a no ser tan gélida. “Entre 1901 y 2016, las temperaturas medias en Alaska aumentaron 4,7 grados (2,6 ºC)”, según el Centro de Evaluación y Política Climática de Alaska. El deshielo de glaciares en Alaska se acelera sobre lo previsto y en esta primavera se ha podido comprobar como los ríos de Alaska se están volviendo anaranjados. Es una “consecuencia inesperada del cambio climático” y del deshielo del permafrost, según el Servicio de Parques Nacionales, la Universidad de California en Davis y el Servicio Geológico de Estados Unidos,

Donald Trump ha dicho sobre el cambio climático que “es un invento de China para perjudicar a EEUU” o que hará “recortes en la Agencia de Protección Ambiental (EPA) porque es ridícula, cada día sacan nuevas normas. El medioambiente está bien, lo que no puedes destruir es el negocio”.

El candidato republicano, Donald Trump, se imponía en Alaska con el 56 % de los votos en las elecciones de este martes. Los y las ciudadanas de Alaska, que sufren en primera persona las consecuencias directas del cambio climático, votaron por Trump.

Este mismo agosto hubo, por no hablar solo del drama de Valencia, unas dramáticas inundaciones en Alaska. Casas y barrios fueron anegados y destruidos tras el desbordamiento de un lago donde desagua el glaciar Mendenhall.

Y es difícil no caer en el desasosiego. Por las hojas caídas a destiempo de los Quercus pyrenaica, por los búhos nivales desorientados en el ártico y por saber que democráticamente, muchas veces votamos, como en Alaska, contra nuestros propios y más vitales intereses.