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PUERTO AYACHUCO
Más dulce y sonriente no puede ser Yalimar Muñoz Acosta, que nos dedica sus buenos veinte minutos en la calle para contarnos su experiencia como ourensana, curiosidades sobre sus raíces, y pormenores de su vida. “Soy de Puerto Ayacucho, en la Amazonía venezolana”, revela, se obvia lo de los paisajes, los ríos, y las poblaciones indígenas versus las poblaciones criollas. “Ahora ya estamos mezclados”, explica, “vivimos de la agricultura y del hecho de que es una ciudad fronteriza”, especifica, “en el Orinoco hay una subida de peces una vez al año y esa pesca también se vende a distintas partes de país”, añade.
La emigración de un paraje tan lindo y lejano a un no menos remoto Ourense la inició su madre, buscando mejor vida bajo el amparo inicial de una tía. “Ella vino a Sevilla, pero había otro familiar en Ourense y tiró hacia aquí”, concreta. Poco a poco fueron siguiendo sus hermanos, su padre y ella, que entre tanto esperaban en Colombia, “allí también tenemos parientes”, explica.
Empezó Yalimar en hostelería; “se trabaja mucho, pero me fue muy bien”, reconoce, siguió en un supermercado como cajera, y pronto se le ofreció la oportunidad de formarse como carnicera. “Siempre quise hacer más cosas”, comenta. “El corte maestro es una chuleta de ternera”, revela bien seria, “las del lomo bajo, que es el solomillo, tienen el hueso por el medio y algunas se te hacen difíciles, pueden salir gruesas, y al cliente no le gusta”, revela. No va a negar Yalimar que con su aspecto dulce y de otras latitudes más de un paisano dudó de sus aptitudes, pero cuenta que con sentido del humor y cariño tiraba para adelante. “Vamos a probar”, dijo a más de uno al que le temblaban las piernas al verla con la hoja larga y afilada del cuchillo chuletero. ¡Mi reino por verla manejar las facas mientras los espectadores mueven nerviosos los dedos!.
“¡Pues vale, venga va, a intentarlo!”, se define con palabras Yalimar, que en un futuro quizá vire de la carnicería a los aeropuertos. “Por el momento quiero ser bien experta en la carnicería y quizá si lo manejo y me consolido, seguir con clases de inglés y a continuación, hacer un curso de aeromoza”, explica.
“Que si la cuada o la croca, el centro de mano o la espaldilla”, no se le escapa un despiece a esta muchacha que pronto te señala con el dedo dónde está la falda, el osobuco o el jarrete.
“Aquí veo mi futuro, a pesar de que en Puerto Ayacucho estén mi abuela y tíos”, comenta. Vive en el Casco histórico con su chica, también venezolana, pero que lleva aquí desde hace mil tiempos. “A mí no me preguntes por cosas de allá porque ya ni me acuerdo”, comenta mientras espera a Yalimar, volcada de lleno en nuestro encuentro.
“El cantadito típico de mi zona”, recuerda con cariño el hablar de sus gentes. “Vamos a estar un ratito no más”, le silba la compañera. Canta un acento… ¡y un subconsciente!, ya está llegando la hora de despedirnos, pese a la grata compañía y mutuas gentilezas.
“Le gustan las zamburiñas y el pescado frito con mañoco”, revela la que está todo el día desquebrajando reses; en casa del herrero, cuchillo de palo, y en la del carnicero, caña de pesca. ‘Harina granulada a partir de la yuca brava’, ahí queda la información para los interesados en la delicia que antes menciona.
La Virgen del Coromoto nos va a echar un rayo desde el cielo, porque no sabe, no contesta, Yalimar sobre santos de Venezuela. Sus verdaderas raíces sí florecieron en la entrevista con los alimentos originarios de los pueblos del Amazonas.
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