La caída del consumo de vino amenaza la cosecha de 2025
CAÍDA EN EL CONSUMO
Vendimias abundantes y menos demanda fraguan una crisis que ya se detecta en las bodegas
Si la cosecha de 2024 llegó precedida por una crisis de exceso de vino tinto en los depósitos, la de 2025 sorprenderá a un buen número de bodegas con blanco todavía sin comercializar. El consumo se reduce en todo tipo de vinos, aunque en unos más que en otros. Y no por una sola causa. Los aranceles de Trump no ayudan, pero el problema ya estaba ahí antes de su implantación: en España se bebe la mitad de vino por persona que hace 30 años. Y como es una tendencia global, la exportación tampoco es capaz de absorber la cantidad que queda sin beber en nuestro país.
Las bodegas se preparan para la vendimia de 2025. Una vendimia que este año no será tan tempranera y no a pesar del cambio climático sino precisamente por su causa. La sequía y el calor extremo del verano ha paralizado la maduración de la uva en las regiones vinícolas de la provincia de Ourense, que esperan que las lluvias de estos días permitan restituir el equilibrio en las cepas y en los racimos. Pero tampoco se reza para que haya una cosecha abundante. Todavía hay vino en los depósitos. La caída de las ventas se empieza a notar y no solo en los tintos, que fueron los primeros afectados por una menor demanda de vino. También en los blancos. La situación empieza a preocupar a un sector que hasta ahora había logrado capear el temporal en Galicia gracias tanto al consumo interno como al tirón de los blancos en el mercado nacional y en los internacionales. Pero esa caída en el consumo es global: 2024 fue el año en el que menos vino se bebió desde 1961.
La crisis financiera de 2008 lanzó a los vinos gallegos a la exportación para capear el temporal. Fue una solución audaz que ayudó al sector a ganar mercado en países en los que apenas había presencia de vinos de denominaciones de origen como Ribeiro, Ribeira Sacra, Valdeorras y Monterrei. Pero en los cinco años que llevamos de esta década, el vino ha afrontado dos golpes que todavía siguen pasando factura: la caída de la demanda durante la pandemia y la crisis de la guerra en Ucrania, que elevó los costes de producción de manera considerable y al mismo tiempo redujo la demanda por la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores. Si a esto le sumamos dos vendimias consecutivas de récord en 2023 y 2024, con 75,4 y 74 millones de kilos de uva, respectivamente, tenemos servido el cóctel que explica la situación actual de excedente. Y la perspectiva para este 2025 es de repetir unas cifras similares o incluso superiores, si las lluvias con las que se despidió el mes de agosto se prolongan, pero no demasiado.
La Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) cifra en un 3,3% la caída del consumo mundial en 2024. En ese contexto generalizado confluyen muchos factores. El primero de ellos tiene que ver con los hábitos y la demografía. La generación del baby boom fue la última que consideró el vino como un alimento de consumo diario. Las posteriores, y sobre todo los más jóvenes, abordan su consumo como una experiencia lúdica y social, están pendientes de las tendencias y prefieren los vinos más frescos, con menos carga alcohólica y más fáciles de beber. Ahí es donde el blanco se impone sobre el tinto. Pero también está la cuestión del precio que afecta sobre todo a los vinos de calidad más baratos, que han duplicado su precio en menos de una década, mucho más que los de gama media y alta y se enfrentan ahora a una dura competencia por un nicho de mercado menor, pues el número de consumidores diarios de este segmento del vino se ha visto reducido, en parte por falta de relevo generacional también en el mercado, y en parte por una menor tolerancia por parte de los profesionales de la salud colectivo en el que cada vez son menos las voces que señalan como hábito saludable el consumo moderado de vino. Eso explica que mientras en 1995 el consumo por habitante y año era de más de 45 litros en nuestro país, haya pasado a 23,8 en 2024, casi la mitad.
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