MITÓMANOS

La conspiración que acabó con Egipto

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photo_camera Imagen de Ramses III.

Hacia el año 1100 antes de Cristo se fraguó una conspiración en la corte de Ramsés III que triunfó en parte al terminar con la vida del faraón. Aceleró la decadencia de Egipto, que ya nunca se recuperaría del todo en sus mil años más de historia.

Sobre la llamada “conspiración del harén” se han escrito libros y ensayos e incluso alguna novela, como la de Cristian Jacq, así llamada, quien tomó la historia real para conformar un relato coherente sobre lo que quizá ocurrió. Lo que sabe la egiptología es que Ramsés III fue el último gran faraón. Miembro de la Dinastía XX en el Imperio Nuevo,  fue capaz de detener la invasión de los misteriosos Pueblos del Mar que liquidaron civilizaciones enteras del Mediterráneo –desde Grecia a la Hitita, aunque dicho episodio se mueve entre brumas- pero en cambio no pudo evitar un auténtico golpe de estado fraguado desde su entorno y que a la larga supuso el fin de la civilización egipcia.

La egiptología también considera que la supuesta momia de uno de los muchos hijos de Ramses III llamado Pentaur (nombre falso por las razones que luego veremos) es la localizada en el escondrijo de Deir el Bahari,  privada de sus atributos reales y con signos de violencia y crispación. Aunque nada es seguro, se apunta a que podría ser el misterioso pretendiente al trono, hijo de la reina Tiy, urdidora del complot para derrocar  a su marido y soberano y colocar a su hijo al frente del Doble País.

Según relata un papiro conservado en Turín, Tiy se habrían asociado con al menos diez personas más, entre ellos sacerdotes y escribas y otras seis mujeres de la nobleza, para dar un golpe que dejaría a su hijo como faraón. Por algún motivo que no se llega a desvelar, la conspiración falló aunque no del todo, porque Ramsés III resultó herido mortalmente, como atestigua su momia, que presenta en el cuello la herida de un cuchillo. Pero los golpistas pasaron por un tribunal formado por Ramsés IV, el sucesor, entre ellos los más importantes funcionarios del Estado y del Ejército, aunque ningún sacerdote.

Pentaur es un nombre con seguridad falso, porque aunque se le habría permitido el suicidio por su condición de príncipe fue condenado al mayor castigo de un egipcio: la condena de la memoria. Según su religión, el alma del difunto, el Ba, necesitaba volver al cuerpo físico, pero no lo reconocía si su nombre había sido borrado, por lo que en ese caso vagaría como un espíritu. Y eso se hizo con el cuerpo del pretendiente. En cuanto a su madre, Tiy, nada se dice de cuál fue su destino. En cambio sí del resto de acusados: ejecutados y sus cadáveres quemados, y por tanto, sin vida eterna. Incluso los jueces fueron culpados de formar parte del complot: uno, condenado a muerte, a tres se les amputaron nariz y orejas, y otro sufrió una simple amonestación.

La consecuencia de todo aquello fue el ascenso al trono de reyes cada vez más débiles, lo que llevó en muy poco tiempo, menos de cien años, a la destrucción del poder central faraónico, usurpado por los sacerdotes, que ya no necesitaban al soberano. Desde el año mil hasta el 300 se sucedieron diez dinastías con soberanos efímeros, salvo la excepción de la familia kushita, los poderosos faraones negros del Sur de Nubia. Egipto sufrió varias invasiones y la última llegaría con Alejandro Magno, acogido como libertador al derrotar a otros extranjeros, los persas. Los griegos de Macedonia instauraron el último reino, el Ptolomeico, que se prolongó durante 300 años, también con soberanos débiles, exceptuando el último de ellos, Cleopatra, quien intentó reinstaurar el reino perdido desde los tiempos de Ramsés III, sin éxito.

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