Opinión

El jovencito Frankenstein

No. No voy a comentar más las elecciones. Me aburre el tema tanto como se supone que le aburría a Borges hablar de sí mismo (!). Eso si fuéramos a creerlo a él, que así lo afirmó en varias ocasiones. En realidad a Borges le encantaba hablar de sí mismo. Y por los codos. Es más, sospecho que era su tema favorito.

El caso es que los de Podemos han descubierto que no pueden de ninguna manera. El PP ha descubierto que la vida sigue igual, como en una canción de Raphael. Pedro Sánchez ha descubierto que a veces no saber donde está uno mismo hasta puede ser un mérito, que le pregunten si no a Susana Díaz. Y Alberto Garzón ha descubierto que vender la primogenitura por un plato de lentejas no era una buena idea, algo que quizá hubiera sabido de haber leído la Biblia con más detenimiento. Por último, Albert Rivera también ha descubierto que ser el yerno deseado de todas las suegras de España no lo convierte por eso en el marido deseado. Ni mucho menos: money is money.

En las últimas elecciones todos los candidatos eran guapos menos uno. Y los guapos eran Pedro Sánchez con su estupenda sonrisa de spot Oral-B-White. Garzón con ese aspecto juvenil y tan moderado que se da, como si la cosa no fuera con él y él no fuera un comunista con todas las de la ley. Pablo Iglesias con sus camisas blancas bien remetidas en el pantalón de talle bajo. Y Rivera con su sonrisita que es lo más de lo más. Rivera incluso tuvo el atrevimiento hace años, no sé si lo recuerdan, de ponerse en bolas en unas sorprendentes vallas publicitarias electorales. ¡Un político en pelotas! Aquello sí que fue nuevo. No ha vuelto a ocurrir.

Pues alucina: al final ganó el feo.

Ya dije que no iba a comentar más las elecciones y no pienso hacerlo. Lo juro. Tal como yo veo el asunto, estas últimas o penúltimas fueron una soprendente revelación del espíritu español más castizo, ancestral y sagrado. Preferimos al feo. Nos fiamos más de él. Quizá porque nosotros no somos guapos o yo qué sé. El tipo aburrido, soso, con barba cana mal recortada, sin teñir y que no habla idiomas ha ganado por goleada.

Puestos a elegir yo preferiría un presidente de la nación atractivo y bien plantado como Sánchez o Garzón que quedarían genial en los foros intenacionales estrechándole la mano a Dragui o a quién sea, pero pensándolo mejor quizá sea preferible el feo. A fin de cuentas en "El jovencito Frankestein" el personaje maravilloso era aquel tipo con ojos de sapo y sonrisa deteriorada interpretado por Marty Feldman, que se llamaba Igor pero precisaba siempre con ironía: "Aigor, se pronuncia Aigor".

El jovencito Frankestein estaba hecho de remiendos y en eso estamos aquí ahora, fabricando el monstruo. Confiemos en que el nuestro también tenga buen corazón, como el de la película.

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