La REVISTA

Manuel Buciños, el artista de las emociones

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photo_camera Manuel Buciños con una de sus obras.

Su mirada capta las emociones y sus manos las plasman sobre la madera, la piedra y el bronce. Manuel Buciños es el artista que da forma a los sentimientos 

Manuel García Vázquez (Buciños, Lugo 1938), tenía diez años cuando, impregnado por el olor de la madera en la ebanistería de su abuelo, supo que quería ser escultor. Años más tarde se convirtió en Manuel Buciños y comenzó a moldear emociones. Charlamos ajenos por completo al dolor que le asolaría tres días después por el fallecimiento de su esposa, María Jesús, tantas veces inspiradora de sus obras y entrañable compañera. Me habla con pasión de su trabajo, de cómo se forjó en él su estilo y cómo nació su deseo de ser escultor. 

1. ¿Cómo llegó a ti la vocación artística?

Yo vivía en una aldea sin luz eléctrica ni carretera. Mi abuelo era ebanista, hacía muebles de madera yo lo veía trabajar y al tallista cuando venía a hacer copetes… Todavía recuerdo aquel olor a la madera cuando la trabajaban, ver hacer unas volutas con unas hojas… eso me emocionaba. Y así fue como me di cuenta que quería ser tallista y comencé a trabajar la madera. Yo tenía entonces… diez años. Luego vine a Ourense a hacer el bachillerato y mientras iba a clases de dibujo a Xesta, estuve yendo a clases de dibujo con él durante cuatro años y di el salto a Madrid y fui a hacer Bellas Artes, por indicación de mi abuelo, que era un visionario.

2. Y así llegaste al madrid de los cincuenta

Sí. Entré en Bellas Artes en 1955 y terminé en el sesenta. Luego seguí unos años más en Madrid, trabajando en talleres de otros escultores. Yo hacía talla, porque la madera la tallaba muy bien y luego también la piedra. Eran escultores veteranos que ya no tallaban. Hacían el boceto y luego en su taller se hacía la talla. Profesionalmente me dio mucha soltura.
 
3. ¿Cuándo empezaste a ser tú mismo, a ser Buciños?

Después de estar en Madrid un par de años tras terminar la carrera viajé. Me dije: “voy a cogerme un año sabático o dos y voy a viajar”. Así que cogí la mochila y salí, mundo adelante, por prácticamente toda Europa, Egipto… En Italia pasé meses, en Florencia, en Roma, Nápoles… Por supuesto, también en París. Pintaba, hacía dibujos, me ganaba la vida como podía, porque yo de aquí no llevé ni una peseta. Recuerdo que en París pintaba en la calle, en la acera, con unas tizas, y la gente al pasar me echaba monedas. Y así pasé dos años. Y luego me vine para aquí porque me dije: “Bueno, hay que empezar a trabajar, Manolo”. Y me instalé en Ourense y comencé a trabajar. Cuando falleció mi abuelo, se cerró su carpintería, tenía un almacén en A Barrela y yo me lo quedé y decidí montar allí mi fundición.

4.  Y empezaste con la fundición. ¿Qué te animó a montarla? ¿Controlar todo el proceso?

Bueno, yo no tenía ni idea de cómo se trabajaba en una fundición y no era fácil que te explicaran, porque era una gente muy cerrada. Así que me fui un par de meses a Madrid a trabajar en una fundición, para aprender todas las técnicas. Y regresé y la monté, haciéndome todo. Lo único que compré fue el crisol. Yo hice la mufla, el horno, utilizaba un ventilador manual y fundía el metal con carbón que hacía yo. Mi abuelo me había enseñado a hacer carbón vegetal con las xestas.
En cuanto al motivo, además de que así podías hacer todo el proceso, eso abarataba muchísimo las obras en metal. Yo recuerdo que de aquella, si fundir una pieza te costaba veinte mil pesetas, llevándola a una fundición, que todas estaban fuera de Galicia, a mí, me costaba dos mil. Y eso te permitía ganar mucho más dinero teniendo los mismos precios. Además, en Galicia no había o había muy pocos escultores que trabajasen el bronce. Yo fui el primero que fundió en Galicia. Los que funden ahora aquí es gracias a que les enseñé yo.

20180516160016869_result5. Nunca dejaste la madera. ¿Cuál es la mejor?

Hay muchas. Eso depende de los gustos y de lo que quieras hacer. A mí la que más me gusta es el castaño por la veta que tiene que es muy airosa. Pero hay muchas maderas. Ahora hay una que viene de Río de Janeiro que la llaman “Sangre de doncella” que a mí me gusta mucho, porque es de un rosa precioso, potente, sin vetas, que es como un barro. Ahí tienes una pieza. (Y efectivamente, tiene una textura que parece más barro que una talla de madera).

6. Volvamos a aquellas décadas de los sesenta y setenta. ¿Cómo entraste en contacto con tu público, con el mercado del arte de  la época?

Yo formaba parte del grupo de Os Artistiñas, con Acisclo Manzano, De Dios, Quesada, Pousa… y empezamos a hacer exposiciones por Galicia, fuera de Galicia… y coincidió con ese momento en el que la gente comenzó a comprar pinturas y esculturas. Había ese gusto por el arte en el público que ahora no se encuentra.  Hoy nadie se imagina lo que sucedía entonces, que la gente de toda condición venía a comprarte obra aunque tuviera que pagarla a plazos. A mí eso me encantaba. Me hacía mucha ilusión, porque sentía que había ese deseo, casi necesidad del arte que hoy ha desaparecido.

7.¿Por eso tus piezas eran de tamaño más contenido, para que fuesen accesibles al público?

Mi objetivo no era la gran escultura, las grandes obras para grandes espacios, sino piezas asequibles porque lo que yo siempre quise fue comunicarme a través de mi trabajo, comunicarme con la gente.

8. Hay un sello personal en tu obra, algo que invita a decir “Es de Buciños”

He intentado crear mi estilo personal, de manera que nunca tuviese que firmar mis obras y que sin embargo las identificasen. Tampoco le pongo título a las piezas, creo que deben expresar por sí mismas lo que son. Moldear la cera, con la que se prepara la pieza antes de fundirla, ayuda mucho. Te permite jugar con huecos, espacios, volúmenes…

9. Nunca te prodigaste en grandes formatos para espacios públicos, ¿no te gusta?

No es que no me guste, y de hecho tengo algunas piezas, en Madrid y en otras ciudades. Aquí en Ourense, tengo un Castelao porque es una figura que para mí tiene un valor especial, Otero Pedrayo... Lo que sucede es que me da cierto pudor ocupar el espacio público. Creo que en ese sentido, el criterio debe ser más comedido, no tan monstruosas que nunca se va a adaptar al espacio en el que se encuentran. La escultura tiene que ser un objeto próximo al público, que lo puedan tocar.

10. Estás a punto de cumplir 80 años. ¿Piensas en retirarte?

No. Sigo comunicándome con la gente a través de mi trabajo. Lo hago todos los días. Ya no es el ritmo de cuando empecé, claro. Entonces tenía cincuenta y dos años menos. La edad te impone ciertas limitaciones, pero sigo siendo un escultor, que es el trabajo de los muchos oficios: tallista, cantero, carpintero, fundidor... por lo menos una docena. Para mí la escultura es el arte total, el más completo. No pienso dejarlo nunca.

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