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Reportaje
Un año después del inicio de la primera desescalada, el reguero de víctimas comerciales es todavía difícil de cuantificar. Algunas empresas continúan a la espera, otras se reinventaron con éxito y otras no encontraron alternativa para sobrevivir a la llamada "nueva normalidad".
Durante este duro año marcado por la lucha a vida o muerte en los hospitales, se gestó otra lucha paralela, la de sacar adelante negocios, en algunos casos centenarios, con todo en contra.
Pagar alquileres por locales sin actividad cuando los caseros no abrían la mano, restricciones de aforo y de horarios y el cierre autonómico que impedía la llegada de visitantes, han sido un lastre que ha conseguido doblegar a empresas que incluso llegaron a sobrevir a guerras o pandemias como la gripe de 1918.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 17% de las pequeñas y medianas empresas ourensanas (casi 1.400) no pudo reabrir todavía y el 11% de los autónomos de la provincia se quedó por el camino o sigue a la espera de volver a la actividad (cerca de 2.200). Durante este periodo, 133 empresas se disolvieron oficialmente, mientras otras muchas se han quedado en tierra de nadie.
Unas cerraron definitivamente, otras esperan por tiempos mejores. Para algunos supuso el empujón definitivo a una jubilación que ya rondaba en la cabeza. Pero para otros no compensaba continuar pagando facturas mientras las ayudas se demoraban en el tiempo y los costes para adaptarse a las restricciones se disparaban.
Restaurantes que marcaron una época como la Adega das Caldas o La Romántica -esta última todavía sin un futuro definido-, o tiendas centenarias como Confecciones Ramos -que pasó de generación en generación- y La Alemana han sido algunas de las víctimas colaterales de esta larga pandemia.
El covid ha conseguido doblegar incluso a una de las primeras fábricas en llegar a la provincia, Chocolates Chaparro, o negocios que marcan la idosincrasia de algunas villas ourensanas, como "O Xudío" en Ribadavia o A Farola de Barbadás, uno de los negocios que primero iluminó el inicio del crecimiento urbanístico de A Valenzá.
Aunque se hayan ido, no se borrarán de la memoria de muchos ourensanos. Marcaron una forma de ser en la ciudad y en las villas.
Ramos Shop llegó a ser una de las firmas de moda de la ciudad. Se fundó en los años 20 y los anuncios antiguos de La Región rezaban que había nacido "un nuevo concepto de moda". "Alto estilo para sus horas de fiesta", dice otro cartel de antaño. La empresa, familiar, pasó por varias ubicaciones en la ciudad: en la Plaza Mayor y después Capitán Eloy, la actual rúa da Concordia. En esta última calle se mantuvo incluso con la reapertura del comercio en mayo de 2020, pero ahora cuelga el cartel de "Se alquila" y la persiana está bajada. Hasta tres generaciones formaron parte de este establecimiento de moda, uno de los que gozaba de más solera en la ciudad. Llegó a los 100 años, pero no resistió los efectos de la epidemia del covid.
¿Quién no ha comido o, al menos, lo ha intentado en La Romántica? Este restaurante de Curros Enríquez, aun sin estrella Michelin, se convirtió con los años en uno de los más populares de la provincia. Era capaz de generar colas de decenas de metros un martes cualquiera. Una especie de "sálvese quien pueda". Y la prueba de su éxito es que las reservas no estaban permitidas. Una vez dentro, con el restaurante a rebosar, era capaz de sacarse una mesa de la manga y hacer hueco a centímetros de otros comensales, algo impensable a día de hoy, con las restricciones sanitarias.
Su siempre numeroso público, los precios y la variedad de una carta con carne, pescado, pasta, etcétera en la que resultaba casi imposible no encontrar un plato de tu gusto, lo convirtieron en algo esencial en la vida de centenares de ourensanos y turistas, que lo colocaron en los ránquines de los más valorados por los visitantes. En general, una comida con un plato y postre o entrada, medio plato y postre, rondaba los 10 euros. Como lo definió Francisco J. Gil, era "comer a la carta a precio de menú".
Muchos ourensanos siguen deseando la reapertura de este mítico establecimiento de la ciudad, aunque sus dueños, originarios de la zona de A Limia, no parecen dispuestos a regresar, al menos hasta que no se recuperar la normalidad. Según los contactos de su entorno, disfrutan de su estancia en el rural y no se conoce que tengan intenciones de regresar a corto plazo.
Las colas fetiche de la restauración ourensana para zamparse un buen Cordon Bleu o una lasaña casera – media para los asiduos y una entera para los más atrevidos– tendrán que esperar.
Los parques de ocio infantil han sido uno de los sectores más perjudicados por las restricciones de la pandemia. Entre ellos, sobresale Dragonenos, un espacio en el que durante casi 30 años han celebrado su cumpleaños generaciones de ourensanos. Las instalaciones, en el entorno del parque Barbaña, lucen desde hace meses dos grandes carteles de "Se Alquila". En el interior del local, se ve un esperanzador mensaje de "volvemos con la vuelta al cole", pero en el interior, las colchonetas en las que miles de niños pasaron las tardes, están deshinchadas y fuera de servicio. Desde la promotora del local, no descartan que pueda volver a la actividad. Sin embargo, aún no han conseguido dar salida al local. El ocio infantil en la ciudad es uno de los grandes desaparecidos tras el covid.
En 1994 abría en la avenida de As Caldas de A Ponte el restaurante A Adega do Emilio. Sobrevivió a la crisis de 2008 y a los cambios de dueño, pero el covid y las restricciones lo doblegaron. Esta antigua caballeriza rehabilitada con un espectacular jardín era uno de los restaurantes de referencia de la ciudad. Incluso el ahora rey Felipe VI comió en el lugar, en 2006. En 2014 fallecía su dueño, Milucho. Cambió de propietario ese año y lo cogió definitivamente Pablo Domínguez en 2016. Era un "enamorado desde siempre" del local. Lo denominó Adega das Caldas. Aguantó la primera embestida, pero cayó en la segunda, en octubre. "Es un monstruo muy grande que ya tiene dificultades en condiciones normales, pero cuando todo se pone del revés, aún peor", confesaba Domínguez.
La mítica tienda de recuerdos de la Plaza de Santa Eufemia no resistió tras el fallecimiento de su dueña, María Teresa Ordax, en febrero de 2020. Su nieta, Lucía Feijóo, se ocupó del negocio en los últimos meses de vida de la legendaria propietaria, que se puso al frente de la tienda de souvenirs con solo 17 años. "La empresa era mi abuela", sentenciaba Feijóo en mayo de 2020, con dudas sobre la vuelta del local. Todo quedó en nada y La Alemana bajó la persiana.
La chocolatera más antigua de Galicia, nacida en 1850, Chocolates Chaparro, cerró su fábrica en Quintela de Canedo. Fue una de las primeras empresas ourensanas en obtener licencia industrial. Aunque la marca ha resucitado gracias a una compañía de Salvaterra do Miño, las instalaciones, de 6.000 metros cuadrados, están fuera de uso. Luce el cartel de se vende y, aunque no hay confirmación, en la parcela se han visto movimientos que anticipan una reconversión.
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