Nunca fue un cementerio monumental, y eso que hubo intentos; a medio camino entre el abandono y la falta de definición, el cementerio de San Francisco aguarda por su rescate, por su paso a un estado que lo dignifique.

San Francisco: el histórico cementerio aguarda su rescate

Victorio Macho, escultura de nivel. (Foto: JOSÉ PAZ)
Nos recibe un angelito gris, ensimismado y manco, como queriendo anunciar que los avatares de la guerra no han sido pocos.
Posiblemente uno de los mayores aciertos estaría en su ubicación, al pie de Montealegre, cual atalaya privilegiada desde la que se vislumbra en un golpe de vista toda la ciudad. El emplazamiento del cementerio de San Francisco respondía al propósito generalizado de alejar a los muertos del interior de las ciudades, como había sido común hasta entonces por cuestión de salubridad; ha pasado mucho tiempo. La ciudad comenzaba a definirse y ya no era factible proseguir con las necrópolis existentes, en los camposantos de la iglesia de la Trinidad o la Magdalena; la plebe en el exterior y los nobles dentro.


HAY ACUERDO

Una Real Orden, de 1814, insta al Concello a buscar unos terrenos alejados del núcleo urbano; un acuerdo con los Franciscanos permite, 1834, que el obispo Ávila y Lamas lo inaugure, y el ilustre deán Juan Manuel Bedoya platique sobre el terreno.

Ora llueve ora sale el sol, la mañana, otoñal, se muestra de lo más indecisa. La humedad ambiental persiste en un entorno de por sí húmedo, alejado del bullicio y donde el transitar pausado invita a muchas cosas, incluida la reflexión. Sensaciones contrapuestas desde el primer instante en que traspasamos el umbral de la puerta, donde una lápida cruel nos recibe con lema bien conocido: 'El término de la vida aquí lo veis, el destino del alma según obréis', al que resulta inevitable mirar de soslayo. En San Francisco, al menos desde que servidor lo visita, el tiempo se detiene tanto que a veces da la impresión de que éste retrocede.

'El cementerio es en realidad un reflejo de la ciudad, de cómo somos' -comenta Rosa Casado-, estudiosa del valor monumental del entorno, por 'sentimiento',- 'allí está enterrado mi papá, y yo no quería que lo levantasen'. Y es que la intención de levantar las sepulturas de finales de los noventa, y clausurar el cementerio con propósitos oscuros, fue motivo para movilizar de una manera u otra a muchas personas. 'En algunos espacios encontramos túmulos apelotonados, y en otros, lo que impera es el desorden; lo dicho, fiel reflejo da ciudad', según apunta Casado.

La presencia del ángel -de la factoría Malingre- a la entrada, junto a las oficinas de los operarios municipales, desprendido en tiempo -tras una tormenta- de la cima de uno de los mausoleos decimonónicos que con intención distintiva erigió la burguesía ourensana, evidencia el verdadero estado de lo que está por ver a lo largo de un pretendido paseo. Lo que antes eran sepulturas en turno sobre tierra, cubiertas con el manto de hermosa cerrajería, hoy son jardines donde impera el verde sin más, alguna resalta como despistada y preguntando el porqué, el monumento de los Amigos de la República destaca también; sepulturas abandonadas; mausoleos muy perjudicados -algunos casi lúgrubes-, estos respondían al propósito municipal de crear a mediados del XIX un cementerio de aire monumental en el que figurara la burguesía, a imagen y semejanza de los que tenían lugar en otras ciudades. Desorden, mucho desorden, es lo que por aquí impera, y no es precisamente por falta de atención de los empleados. 'Lo de los espacios vacíos es algo difícil de entender, levantarlo todo para dejarlo incompleto', expone Rosa Casado. Razones no le faltan; uno, como dice Rosa no tiene por qué comprenderlo todo, pero a este cementerio le falta, como a tantas cosas en esta ciudad, un aquel de definición.

Y es que con anterioridad a que el poeta José Ángel Valente -finales de los noventa- se amotinara al frente de la Asociación de Amigos del Cementerio tratando de evitar su clausura y desmantelamiento del cementerio, no pocos, tratando de justificar el propósito, cuestionaron la momumentalidad de San Francisco. La intervención de Valente -un poeta reconocido y respetado- ante Fraga fue determinante; la declaración de zona BIC alejó los malos pensamientos, pero a partir de ahí sobre el cementerio reina la indefinición y el desconcierto, lo que debería ser un espacio cuidado y dignificado para, al margen de reivindicar la memoria de los finados, sirviera para agrupar visitantes en torno a un espacio donde moran un gran número de prebostes de las letras gallegas, al margen de otros ilustres; todos importantes en la historia de la ciudad.

El pleito de los Amigos del Cementerio y el Concello que reclamaban a perpetuidad las propiedades fue resuelto por el TSXG a favor del Concello; una ordenanza prorrogó por 50 años el usufructo de las mismas, eso sí, todo ello ha dejado en el ambiente una especie de sensación 'postbélica' en la que aún se vislumbran daños colaterales y no pocas contradicciones como veremos más adelante.


ELENCO DE ILUSTRES

Ourense siempre presumió de personalidades -del entorno de la burguesía- que marcaron el ritmo de la cultura gallega en un momento puntual, una circunstancia que no se ha repetido. Transitar entre finados en la procura de los ilustres, de todas las épocas, no es tarea menor. Las guías sirven de poco. El más notorio, el mausoleo de Lamas Carvajal, que revela procedencia; la sencillez del pintor Prego de Oliver; el gesto sarcástico de Xosé Ramón Fernández Oxea, 'Ben Cho Shey', quien con su particular humor (...'ten o gusto de ofrecer aos seus amigos o seu novo domicilio... até que o boten de alí os edís de turno'), y no andaba muy desencaminado el etnógrafo; el panteón familiar de Marcelo Macías en la cima, que alberga también los de Manuel Martínez Risco, el físico de la Sorbona; la sobriedad del de Otero, Valente; el imperceptible, del profesor Eduardo Moreno del Instituto de Secundaria -actual Otero Pedrayo-, admirado del de Trasalba y emparentado con los Fábrega, en cuyo panteón reposa; la singularidad -relieve policromado incluido- en el del pintor Jesús Soria; o la celebrada de Blanco Amor, que se libro de un traslado por 'ser él quien era'. Prado Lameiro, Manuel Peña-Rey, Juan Manuel Paz Nóvoa, Parada Justel, López Cuevillas, Trabazo, Fernández Mazas; recientemente las hermanas Pura y Dora Vázquez, López Morais. Injustas pinceladas para tanta historia.

Rosa aludía al sentimiento para con los suyos, como razón que le llevó en su día a una catalogación de los escultores y marmolistas que trabajaron en sepulturas destacadas del cementerio. Son mútiples -tal como ella recoge- los ejemplos de la buena calidad de los trabajos. Entre los más destacados, Antonio Faílde, el más representativo y prolijo; también el más imitado. Su estilo, tanto en las piezas sueltas como en relieves, resulta inconfundible. Otros ilustres, los Francisco Piñeiro, padre e hijo, con infinidad de piezas en un estilo refinado y pulcro. Malingre, con sus esculturas primorosas; Victorio Macho, con una pieza, un artista con presencia internacional; Carballo; Val d'Osén; José Taboada.

Al desandar el camino hacia la puerta, el ángel yacente sigue allí, como a la espera.

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