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El trabajo, las tareas domésticas, los hijos, el bus… siempre con prisas. Todo se ha convertido en una rutina diaria que no da tregua.
Los mensajes que no reciben respuesta. Las gestiones pendientes con la administración pública. Incluso en el mundo digital, nos rodea una sensación constante de insatisfacción. Todo esto genera ansiedad. Es un “sin vivir” al que se suma el aumento del coste de la vida. Incluso los fines de semana están repletos de compromisos que apenas dejan espacio para el descanso.
Estas situaciones se repiten una y otra vez en la vida de muchos hombres y mujeres de nuestro país. ¡Hay que respirar! Y nunca mejor dicho. Dedicar unos minutos simplemente a respirar profundamente, sin pensar en las tareas pendientes, puede generar un auténtico bienestar. Es una forma de relajar el cuerpo y soltar la tensión acumulada.
Así como el ejercicio físico nos ayuda a eliminar toxinas y grasa, respirar profundamente es su equivalente emocional y mental: un acto sencillo que calma, centra y renueva.
No es una solución mágica. Pero respiramos todo el tiempo sin ser conscientes del poder que tiene este acto tan natural para nuestra salud.
Vivir en constante agitación no es compatible con un cuerpo que no está hecho para las prisas. Respirar conscientemente tal vez sea el fármaco más sencillo, gratuito y olvidado que existe… y nunca nos lo enseñaron.
Pedro Marín Usón (Zaragoza)
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