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Amigo/a,a pesar del coronavirus, que nos tiene confinados y apesadumbrados, nuestra exclamación más profunda estos días es: aleluya, aleluya, aleluya; alegría, alegría, alegría, porque Cristo ha vencido a la muerte, y vive para siempre y quiere que todos vivamos, sin confines ni pesadumbres, para siempre.
En estos días de Pascua, queremos creer, como nos dice el papa Francisco, que “la resurrección de Cristo no es algo del pasado, sino que entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. ¡Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera! Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce su fruto”.Es lo que dice el poeta: “Toda es de flores la fiesta, / flores de finos olores, / mas no se irá todo en flores, / porque flor de fruto es esta”.
Una plegaria de estos días describe magistralmente el contenido de la solemnidad: “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado; muriendo, destruyó nuestra muerte, resucitando, restauró la vida”. El grano de trigo, sepultado en la tierra, ha muerto, pero ha renacido y dará fruto abundante. Podemos, pues, manifestar con aleluyas y flores nuestra alegría de salvados, de redimidos, de vivos para siempre. El salmista nos invita a que “el día en que actuó el Señor sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
José Luis Martín Descalzo dejó escrito sobre el día de la Resurrección de Cristo: “Antes de que el primer hombre entreabriera sus labios, el telégrafo frágil de los pájaros repiqueteó la noticia. Prometieron los árboles levantar de año en año su glorioso estandarte de esperanza. No sabían por qué, pero sabían que todo había cambiado”. Y continúa el poeta: “No sabemos si Él resucitó porque era primavera, o si era primavera porque Él resucitó”.
Amiga/o, nadie nos va a demostrar que Cristo ha resucitado, porque es un acontecimiento que, por su propia naturaleza, supera lo que una persona puede testificar a otra. Es nuestro corazón, abierto al misterio, contagiado por la transformación de los discípulos de Jesús ante su Resurrección, con la lectura del Evangelio, y escuchándose a sí mismo, quien nos dice: Sí creo. No sirven las explicaciones de otros, y menos las mías. Feliz Pascua de Resurrección.
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