Promesas que vencen en las urnas

De un político se espera que cumpla lo prometido en campaña. Que el programa de su partido se traduzca, al menos en parte, en cambios reales y beneficios para la ciudadanía. Esa es la diferencia entre visión y misión: la primera traza el rumbo ideal de una sociedad; la segunda demanda gestión efectiva para convertir palabras en hechos. Pero, ¿se cumplen realmente?

Los discursos políticos rebosan buenas intenciones, elaborados como piezas de marketing para seducir votantes. Con la irrupción de la inteligencia artificial, esta manipulación escala: algoritmos generan mensajes impecables, adaptados a encuestas y deseos individuales, reemplazando a asesores humanos. Palabras perfectas que, una vez en el poder, se evaporan.

Ejemplos sobran. En España, promesas de regeneración tras la crisis de 2008 derivaron en casos de corrupción recurrentes; en Latinoamérica, ciclos electorales repiten juramentos de equidad que chocan contra desigualdades crecientes. Llegan elecciones -como las europeas de 2024- y los partidos compiten con narrativas pulidas que olvidan al asumir el mando.

Es la crónica de una democracia agotada, atrapada en su inercia, que aplaza las transformaciones urgentes: transición ecológica, digitalización inclusiva o reforma fiscal justa. ¿Hasta cuándo votaremos promesas en vez de exigir resultados? La revolución de las transformaciones comienza exigiendo rendición de cuentas: listas de compromisos verificables, indicadores públicos y revocación por incumplimiento. ¿Cuándo los políticos se fiscalizarán así mismos?

Pedro Marín Usón (Zaragoza)