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Es difícil imaginar el sentimiento de los palmeros que tienen que salir despavoridos ante la furia de un volcán que está llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso. Dolor, mucho dolor, e impotencia ante un imparable fenómeno de la naturaleza que les obliga a dejar su tierra, su hogar, sus cultivos y sus recuerdos.
Resulta inverosímil hacerse a la idea de haberlo perdido todo, de que hay que partir de cero y esperar las ayuda que permitan iniciar una nueva vida. Es muy duro saber que no hay vuelta atrás y que no queda otra que mirar al futuro y tirar para adelante.
Para calibrar el nivel de la tragedia que se está viviendo en la isla de La palma y ponerse en la piel de los palmeros, solo basta con imaginarnos en la calle, con una mano delante y otra detrás, y pensar cuál sería nuestra reacción si nos encontráramos en las mismas circunstancias.
Unas circunstancias extraordinarias para las que se va a requerir unas medidas excepcionales, que permitan, al menos, reducir el tremendo impacto que va a tener para una parte importante de la población de esta maravillosa Isla.
Una población para la que solo tenemos palabras de cariño y de admiración ante su manera de asumir esta inmensa tragedia.
También de solidaridad, y el deseo de que tanto la Sociedad como las Administraciones respondan, en tiempo y forma, a sus acuciantes necesidades.
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