La Región
Tiranías
Con el conocido que te encuentras en la calle, en la intimidad familiar, entre los compañeros de trabajo, o con una cerveza en la mano compartiendo con amigos en el bar de turno, siempre se oye la misma frase: "A mí la política no me interesa. Yo vivo de mi trabajo". Sin embargo, desde que nacemos y a medida que crecemos, estamos inmersos en el mundo de la política de manera indirecta y así pasamos la vida, día tras día, resistiendo los embates y aguantando los golpes bajos de los políticos aprovechados y de las leyes acomodaticias que solo buscan el beneficio de quienes viven de la política y se lucran a costa del pueblo.
Y a estas alturas del partido, de todos los partidos y de la indolencia de quienes esperan llevar las riendas del país, los españoles empezamos a sentirnos cansados, exhaustos ante el naufragio que se avecina, abatidos con las tormentas que se empiezan a dibujar en el firmamento del futuro, y ya no podemos más, se nos acaba la paciencia, necesitamos enderezar el rumbo de este barco sin tripulación, volver pronto a la costa, a un puerto seguro que nos dé una mínima seguridad, que pinte de optimismo el oscuro cartel de la desolación, para que la normalidad sea como una lluvia que refresca y riega los sembrados o el sol que trae una poco de calor y buen humor a nuestro atribulado mundo de desaliento generalizado.
Las conversaciones de los parroquianos giran en torno al acuerdo urgente que necesitan los adversarios políticos, de una legislación que parece desahuciada tan efímera e insulsa que pronto nos olvidaremos de ella, de poses, triquiñuelas, excusas, estratagemas, argucias y subterfugios, que ya no hay mucho margen de maniobra para los goles y los árbitros "vendidos", el estreno de la película en el cine de la esquina, los viajes, un hijo que acaba de nacer, el placer de la buena gastronomía en el restaurante de siempre. Y así se nos van los días, sin pena ni gloria, como en el ruedo de la inocuidad, y el burladero es la única tabla de salvación que nos queda, en esta tormenta permanente que nos encuentra siempre sin paraguas.
Los temas principales de la comunicación son sobre el elevado precio de los alimentos cotidianos, el abuso angustioso en la factura de la luz, el "ladronismo" como sinónimo de práctica política, las impagables deudas bancarias, las viviendas hipotecadas al borde del arrebato, el desempleo en la cima de la desesperación sin ánimo de descender, y cuando somos víctimas fáciles e impotentes del despojo diario, de la nevera vacía, de la cartera desvalijada, de la desesperanza como forma de vida, nos quieren convencer del final de una crisis económica que nosotros seguimos sufriendo mes tras mes y no muestra visos de abandonarnos en los próximos años.
Llenar de combustible el depósito del coche, es el desvarío de la incertidumbre, igual que comprar unos zapatos decentes, cenar en un buen restaurante o viajar al paraíso soñado una mañana de incandescente sol, dorando la piel de esta quimera que nos consume el sosiego y derrite la tranquilidad. Ya no somos más que una sobredosis de abandono, navegando a la deriva en este mar de contrariedades que nos salpica el alma, la mirada, la espera, y amenaza con arrastrarnos a las profundidades del irrespeto y la profanación absoluta.
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