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La convivencia es difícil a veces, pero el roce hace el cariño. María Hermitas Guimarey (83 años), Cristina Pacios (45) y Noa González (15) no solo comparten sangre, sino también un piso con un único baño para el que “hay que sacar ticket, como en la charcutería”, según explica Cristina. Abuela, madre e hija pertenecen a tres generaciones completamente distintas, no solo por el tiempo transcurrido entre ellas, sino también por los cambios en la sociedad. Con todo, hay algo que se mantiene firme a través de los años, el arrimar el hombro y permanecer unidas.
“Decidimos venir a vivir con mi madre cuando Noa tenía dos años”, continúa Cristina, aunque la abuela rápidamente la corrige: “Menos, tenía año y medio, hace 14 años”. El motivo no fue exactamente por necesidad económica, pero sí que precisaban ayuda mutua: “El padre de Noa, mi marido, es camionero, así que pasaba mucho tiempo fuera. También por esa época se le murió el segundo hijo a mi madre, fallecieron mis dos hermanos mayores, jóvenes”. Cristina estaba independizada, pero vivía una calle más abajo, así que decidieron juntarse.
“Mi madre siempre pasó mucho tiempo fuera de casa”, cuenta Noa. Cristina es peluquera y logró abrir su propio negocio en la calle Bedoya “gracias al apoyo de mi madre: ser autónoma con una hija a mi cargo, hubiera sido imposible sin ella”, apunta Pacios. Su hija lo corrobora: “Una vez tuve que pedirle que me viniera a buscar al colegio, porque veía a todos los padres que lo hacían y yo también quería”, recuerda la menor emocionada.
De todas formas, no estaba sola, su abuela se encargaba de los cuidados. “Mi hija siempre tuvo un plato de comida casera recién hecho al llegar del colegio, eso no lo puede decir todo el mundo”, puntualiza Cristina. En la casa tampoco faltan las sonrisas, ni los gestos de cariño o las bromas: “¡Yo hoy me voy a ver a Alejandro Sanz y se quedan ellas dos solas!”, exclama la mediana socarrona.
“Lo que más se nota es que una pone las cosas en un sitio y la otra, en otro”, dice Cristina. Su madre es más generalista: “¿Qué voy a notar? ¡Aguantar alegrías y penas!”, exclama. Mientras, la nieta dice que a ella no quiere que le hagan la cama: “La quiero hecha perfecta y no me gusta que anden en mis cosas”.
María Hermitas Guimeray, el origen de la estirpe, nació el 8 de octubre de 1939 en Pedre, una aldea pontevedresa. “Empecé a trabajar a los siete años”, cuenta más triste que orgullosa. “Mi padre era cantero y vino a trabajar a Ourense, haciendo la estación de tren de A Ponte”. Se vinieron con lo que tenían, “a veces viajábamos en el techo del autocar o del tren”. Eran ocho hermanos, y llegó a ir caminando por los pueblos, hasta Barbantes, pidiendo comida para su familia.
Con 19 años emigró a París y dejó atrás a su primer hijo. No pudo ir al colegio, pero aprendió a leer y escribir de forma autodidacta. Allí limpiaba casas, hasta que se pudo pagar el piso donde ahora viven las tres juntas. “Mi vida no fue fácil, pero no paré hasta conseguir un techo donde dormir”, explica.
A pesar de la dureza de aquellos años, Hermitas asegura que “de volver a algún momento, volvería a cuando era pequeña, porque éramos una familia grande, de diez personas y estábamos muy unidos”. “Ahora mis hermanos ya no están, solo tengo a dos, y los jóvenes hacen su vida”.
De todos modos, el amor es lo que más les une. Recuerdan momentos sujetando un álbum de fotos familiar de los años 80: “Estos son los magostos que hacíamos en Castrelo de Miño, nos juntábamos muchos, también celebramos mucho los carnavales”, explica Cristina. A Noa pronto le tocará coger el relevo y dice que quiere ser “profesora de infantil o Policía Nacional”. También en la familia: “Ahora me toca a mí cuidar de mi abuela y siempre le estaré agradecida”.
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