“Oíd, mortales, el fraude sagrado”

HISTORIA DE UN FRAUDE DE ESTADO (II)

La mentira oficial que supuso el falso traslado de los restos de la madre del general San Martín de Ourense a Buenos Aires se elevó a asunto de Estado; los gobiernos hicieron partícipe de ello a la ciudadanía con desfiles, paradas militares y miles de personas aclamando el paso de unas urnas que contenían, en parte, restos medievales sin acreditar. En el asunto llegó a implicarse el Congreso Nacional de Argentina, pero la maquinaria mediática de Perón logró ocultarlo todo durante más de 70 años.

Acto multitudinario ante la Catedral de Buenos Aires, en el que Perón recibe las urnas con las supuestas cenizas de los padres de San Martín.
Acto multitudinario ante la Catedral de Buenos Aires, en el que Perón recibe las urnas con las supuestas cenizas de los padres de San Martín.

La historia de este engaño pervive aún hoy como algo real, con un mausoleo donde el pueblo argentino venera, sin saberlo, un puñado de tierra en lugar de los restos de la madre de San Martín.

La trama para dar apariencia de veracidad al falso traslado de los restos mortales de la madre del general San Martín de Ourense a Buenos Aires comenzó el 7 de julio de 1947. Ese día, una comisión formada por un notario, historiadores y representantes institucionales, consulares y del clero, entra en la Iglesia de Santo Domingo dispuesta a dar con los huesos de Gregoria Matorras. Evita acababa de irse de España y había que darse prisa.

Sin embargo -según consta en el acta levantada por el notario Fidel García Varela-, los resultados fueron “desgraciadamente infructuosos por lo que se refiere al hallazgo de las preciadas cenizas”, añadiendo que los restos “están confundidos con los de enterramientos que aquí se hicieron”.

Ante este problema, la comisión decide suplir las cenizas por un acto simbólico, “sentimental y patriótico”, expresa el notario, que consiste en recoger tierra del subsuelo de la iglesia, llevarla a Argentina y depositarla en el mausoleo del general San Martín. Para ello, unos obreros levantan el pavimento, retiran la arena superficial y el cura recoge con una pala un poco de tierra mezclada con cenizas, la cual deposita en una arqueta de zinc, que precintan y envuelven con las banderas de España y Argentina.

Pero tantas toneladas de trigo merecían mucho más. Y, en efecto, una semana después, el 14 de julio, otra comisión vuelve a la carga, ahora con un notario distinto -Luis Costa Figueiras-, porque, al parecer, el anterior se encontraba indispuesto. En este caso, los testigos son: el gobernador civil, un alto cargo del Ministerio de Educación, representantes eclesiásticos y consulares, los historiadores Florentino López Cuevillas y Xesús Ferro Couselo, e incluso un agregado aéreo de la Embajada Argentina en España.

Y ahora sí que sí: los obreros levantan el entarimado de una de las capillas del templo y a pocos centímetros de profundidad encuentran un húmero, algunos metatarsianos y otros huesos; también restos de los galones y tablas de un ataúd, calzado y piedras menudas. El notario hace constar que se trata de “restos de una inhumación que, según los técnicos, data aproximadamente de la época del óbito de doña Gregoria Matorras, no hallándose inscripción de ninguna clase ni otro signo de identificación”.

Pero con eso basta. Muy mal se tenía que poner la cosa para que esos huesos y la tierra que los circundaba no pertenecieran, en todo o en parte, a la madre de San Martín. Y así, con la euforia del trabajo bien hecho, la nueva comisión recoge los restos y los mete en otra urna de zinc, que se suelda en presencia de todos y se entrega a los representantes gubernamentales.

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La prensa de la época da cuenta del hallazgo omitiendo los matices del notario, cuya acta en ningún momento certifica que los restos fuesen los de Gregoria Matorras; y apenas se cita la primera de las inspecciones, donde el notario había hecho constar la imposibilidad de encontrar dichas cenizas.

Viaje en barco

“Total, ¿la gente qué sabe?”, dirían Les Luthiers... ¿Acaso alguien iba a desatar las banderas de España y Argentina? ¿Alguien iba a desoldar las urnas de acero toledano para someter las cenizas a una prueba de ADN?... Tranquilos, no hay problema, debió de pensar Franco cuando el 5 de agosto de 1947 recibió en San Sebastián a la tripulación del buque-escuela La Argentina, un crucero de guerra que recalaba en el País Vasco durante su cuarto viaje de instrucción por una veintena de países. El jefe del Estado fue invitado a subir a bordo y tras recorrer las instalaciones del barco fue obsequiado con una copa de "champagne" por el comandante José Almagro.

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Al día siguiente, el ministro de Asuntos Exteriores de España, Alberto Martín Artajo, hizo el mismo recorrido: se desplazó hasta donde estaba fondeado el buque y subió a bordo con las urnas que contenían los supuestos restos de los padres de San Martín. Entre impecables uniformes blancos, en la capilla del navío, se ofició una misa con las arquetas presidiendo la celebración, y luego el ministro se despidió diciendo: “España ve en estos huesos una prenda que sella la reconciliación definitiva de esta familia hispano-argentina”, a lo que el comandante Almagro respondió expresando su gratitud. Todo muy de NO-DO, muy perfecto, si no fuera porque aquellas cenizas representaban un gran fraude al pueblo argentino y, por supuesto, a la memoria del general San Martín.

Pero el alud informativo ya estaba en marcha. En la tarde del 24 de noviembre de 1947 cinco mil soldados formaban en el puerto de Buenos Aires para cumplimentar los honores en una parada militar sin precedentes. También había aviones, preparados para sobrevolar el cielo de la capital, y miles de personas, entre ellas Perón, aclamando en las calles a dos urnas que estaban a punto de desfilar entre vítores, camino de la catedral, pasando por la Plaza de Mayo.

Nada más hacerse firme el buque en el muelle, subió a bordo el ministro da la Guerra, general Sosa Molina, acompañado por los titulares de Asuntos Exteriores, Bramuglia, y de Marina, Fidel Anadón. El capitán de La Argentina les entregó los valiosos cofres, que colocaron en un armón de artillería, y acto seguido comenzó el desfile. Junto a la Catedral, la comitiva fue recibida por Perón, el cuerpo diplomático español y otras autoridades, y allí, el presidente no desaprovechó la ocasión para exaltar el significado de tan magnánima ceremonia.

Discurso de Perón

Dirigiéndose a las urnas, Perón dijo: “La antigua hidalguía hispana hizo posible que volvierais a la tierra en la que edificasteis vuestro honrado hogar cristiano. Vais a descansar en ella, en la que nació y descansa vuestro glorioso hijo, nuestro Gran Capitán y Padre de la Patria. El pueblo argentino, que sabe honrar a sus muertos y es celoso de su gloria, os recibe y se constituye en el custodio de vuestras tumbas para honor de su fe sanmartiniana y como una alta y distinguida expresión de su gratitud de pueblo fuerte”.

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Por fin, al día siguiente, 25 de noviembre -casualidades de la vida, la misma fecha en la que murió Maradona-, se certificó la entrada en el cementerio de La Recoleta de los restos mortales de los padres de San Martín. Fueron depositados en un panteón, dentro de otra urna más grande que contenía tierra española y argentina. Incluso se propuso hacer una cuestación popular para levantar un monumento a doña Gregoria Matorras “en homenaje a las madres argentinas” personificado en ella: la madre del Libertador.

El archivo histórico del Gobierno argentino guarda las cartas enviadas por el Ministro de Relaciones Exteriores, Juan Atilio Bramuglia, en las que hizo constar los detalles para repatriar los restos, especificando: “Deberán ser colocados en dos urnas de 25 x 15 centímetros cada una, para que estas sean colocadas en otra urna que se construirá con bronce de un cañón de la Independencia”, y añadía: “El Excmo. Señor Presidente (Perón) ordena que, en su nombre, sea solicitada al Jefe del Estado Español, Generalísimo Franco, un poco de tierra de León, Orense y Málaga -lugares donde nacieron y fueron enterrados los padres del Libertador-, y de Madrid, representación simbólica de toda España, para que sobre la tierra española unida a la argentina continúen descansando en ésta tan sagrados restos”.

La gran mentira

Posiblemente esta haya sido la primera vez -dentro de lo que conocemos en periodismo como “transparencia informativa”- que dos gobiernos idearon una estrategia para hacer creer a la ciudadanía una mentira. Una trama en la que se implicaron altas instancias eclesiásticas, poderes políticos y hasta un barco de guerra, para dar forma a una patraña cuyo fin último era, por parte de España, mitigar su hambre y acelerar su apertura internacional, mientras que Perón fortaleció su poder utilizando el mejor elemento propagandístico a su alcance: el libertador San Martín y su familia.

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Pero claro, en las parodias de Les Luthiers, el público aprueba el acto con aplausos. A Franco y a Perón se les olvidó que cuando se levanta oficialmente un cadáver hay siempre un notario que lo certifica (en este caso, dos), y aunque a ninguno de ellos les preocupa ya este asunto, la memoria colectiva de un pueblo es lo suficientemente importante como para que afrentas de este tipo no se olviden en solo una vida.

Aquellos dos notarios actuaron correctamente. Dejaron constancia de que no se pudo acreditar que los restos llevados a Argentina fuesen de la madre de San Martín. Y ahora, 74 años después, es bueno recordarlo por si alguien quiere decirle la verdad al pueblo argentino.

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Congreso nacional

Ya lo intentó en 1959 el diputado de Santa Fe Agustín Rodríguez Araya. Entonces denunció en el Congreso Nacional argentino la farsa de este proceso, aunque su repercusión fue más bien escasa, dado el poder de la maquinaria mediática peronista. Cuando terminó aquella sesión, en la que reclamó responsabilidades por el burdo engaño, lo máximo que logró fue que el presidente de la cámara, Zanni, propusiera crear una comisión “para realizar un análisis exhaustivo”. Y ahí se quedó la cosa: en un análisis, que de tan “exhaustivo” todavía debe de seguir elaborándose.

Finalmente, en 1998, el presidente Carlos Menem autorizó el traslado de los restos a la localidad correntina de Yapeyú, donde la familia San Martín había vivido algunos años, y al margen de las disputas por lograr que descansen en uno u otro lugar, nunca más se volvió a hablar del fraude de las cenizas de doña Gregoria Matorras.

Hoy la iglesia de Santo Domingo sigue custodiando sus restos mortales, sin que conste en más de 200 años que se haya producido su levantamiento. Así lo confirma el Archivo Histórico Diocesano de Ourense.

La familia San Martín, que siempre se caracterizó por no “descansar en paz”, sigue siendo el centro de la disputa política y territorial acerca de dónde deben descansar definitivamente sus restos mortales. Ni el propio Libertador se libra de ello, y hoy su ataúd reposa dentro del mausoleo en una posición poco habitual: inclinado. Hay muchas teorías al respecto, pero ninguna convence. ¿Será por culpa de la permanente lucha entre ciencia y espiritualidad? Quién lo sabe.

Lo cierto es que, 170 años después de la muerte de San Martín, la historia de este engaño pervive como algo real, provocando que el pueblo argentino venere, sin saberlo, restos medievales de una fosa común que nadie ha podido acreditar que sean las cenizas de la madre del libertador. Incluso, el propio Instituto Nacional Sanmartiniano -dedicado a la investigación histórica y la difusión del pensamiento del Libertador San Martín- al ser consultado sobre el tema prefiere no opinar. Es comprensible.

Por eso, qué razón tienen Les Luthiers. Tal vez empiecen su próximo espectáculo cantando: “Oíd, mortales, el fraude sagrado…”. Sería, sin duda, una gran himnovación.

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