UNA IMPRENTA Y UN PERIÓDICO
Un escaparate que es historia
Pasando o llegando a nuestro priorato de Refoxos, no lejos de Rivadavia, el día 7 me sucedió que, al apearme de la mula, creyendo, en falso, que había respaldar, di con todo el cuerpo en un montón de sillares, que allí estaban en el suelo sin orden alguno. El lector podrá pensar cuán horrorosa sería mi caída. Subí, como pude, a la sala; hice que me diesen tres baños de carqueixa de las rodillas abajo y bebí tres jícaras de su cocimiento, como si fuese té. No hice más medicina y, gracias a Dios, hoy es el día hasta el cual no experimenté la más mínima señal de mala resulta”.
Así recordaba el padre Sarmiento su accidentada llegada a Refoxos en vísperas del día de la Concepción (8 de diciembre) de 1745, tras una jornada en la que salió del convento de San Clodio, en Leiro, y pasó por Ribadavia y A Arnoia. En su diario no apuntó nada sobre el traspié, pero sí escribió sobre lo duro del trayecto: la subida por el coto Novelle le pareció “cuesta agria” y de la cuesta de Louredo dice que es “muy mala”.
Durante el Antiguo Régimen el priorato de Refoxos era la cabeza de un amplio y rico territorio delimitado por los ríos Miño, Arnoia y Deva; un territorio que hoy pertenece al Ayuntamiento de Cortegada, pero, entonces, formaba parte de los dominios del monasterio de Celanova. “Allegándosele lugares y posesiones, es uno de los buenos prioratos que tiene Celanova”, escribiría el historiador fray Benito de la Cueva en la primera mitad del siglo XVII. En ese momento contaba con 400 vasallos y proporcionaba 1.000 ducados de renta al año.
Este coto se denominó “Coto de Riba de Miño”, título que daría nombre a la parroquia de San Benito de Rabiño, pero fue más conocido por el curioso nombre de “Coto da Vestiaría”, porque sus beneficios se destinaban al vestido de los religiosos. Desde el priorato se controlaban las ganancias que proporcionaba la barca de Filgueira y otras menores, como la “barca do Portancho”, por la que cobraban los monjes, metálico aparte, das lampreas. Contaba también el priorato con estanco de taberna, un privilegio que le permitía exigir la venta de su vino durante las festividades de San Benito.
En la segunda mitad del siglo XV fue ocupado por el poderoso conde de Benavente hasta que los Reyes Católicos se lo devolvieron a los monjes, que restablecieron en Valongo la horca, símbolo de su jurisdicción. Así consta en el acta notarial de 1487 redactada, por cierto, en gallego bajomedieval: “Et os ditos moradores do dito couto e julgado da Vistiaria dixeron que de todo elo eran contentos et logo foron poer la dita forca eno dito outeiro de Valongo”.
La casa prioral, que ahora se quiere recuperar como albergue de peregrinos, se estaba construyendo cuando la desamortización de Mendizábal decretó la desaparición del priorato. Según consta en un informe de la época se dedicaban a hospedería cuatro habitaciones de la casa. Como dato curioso, en 1835 un inspector de Hacienda contabilizó 32 moyos de vino nuevo procedentes de las rentas del priorato.
El Diccionario de Madoz describe la rectoral como “de nueva fábrica, fuerte y aspillerada que tuvo guarnición durante la última guerra”. Se refiere a la primera guerra carlista, cuando albergó a la compañía de cazadores de Monterrei que dieron muerte al famoso líder rebelde Mateo Guillade. En 1878 el obispo de Ourense ordenó valorar su estado, dejando constancia de su deterioro: “Habiendo coincidido la construcción de esta casa prioral con la exclaustración quedaron algunas obras sin concluir y algunas sin comenzar (...) debiendo advertir que los desperfectos y deterioros que encontró no fueron ocasionados precisa y únicamente por abandono de los curas sino por los soldados que convirtieron esta casa en cuartel en los tiempos calamitosos de la primera guerra civil”.
Refoxos viene del latín “refugium”, que quiere decir refugio. Antaño, refugio de monjes y peregrinos, de soldados y rebeldes. Ayer, hoy, mañana y siempre, refugio del cuerpo y del espíritu.
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