Alexandro y su última cena

Publicado: 22 oct 2024 - 00:19

Conocía su obra y la admiraba, pero nunca había conversado con él hasta que mi amigo Guillermo me lo presentó cuando decidí comprar una de sus obras en su caótico refugio ourensano de la calle de la Paz. Momento a partir del cual surgió una amistad que medró tras su marcha a la “Costa da Morte” en busca de la luz del Mare Tenebrosum.

Tiempo después le visité en su estudio de Muxía, e inevitablemente, nada más entrar, mi mirada se dirigió hacia el lienzo de gran tamaño que reposaba en la pared sur, concluyendo que aquella particular interpretación de “la última cena” era la obra de un genio. No me equivocaba. Alexandro lo era. No obstante, el objeto de mis palabras no es analizar su valía como pintor o su estilo, al que algún erudito calificó como “la nueva figuración”, sino dedicarle un merecido recuerdo a su persona y obra, que, siendo franco, ensalzo más que la de otros pintores más afamados. Una reflexión que reconfirmé cuando tuve la oportunidad de experimentar, en primera persona, la maestría con la que ilustró uno de mis libros (“La Senda Proscrita”). Cuarenta y tantas acuarelas cuya exposición en el “Marcos Valcárcel” representó su despedida artística de Ourense.

Como persona era especial y anárquico, y por ello había que entenderlo conectando en su frecuencia a cada momento. Pero, además, era un “avis raris” con el que, lamentablemente, se extingue la especie. No obstante, en esa hecatombe habitaba una gran cordura en la que no tenía cabida el postureo que alimenta la sociedad actual. No era correcto, ni social ni políticamente, y eso molestaba y asustaba. Cuando lanzaba al viento laudos como su famoso “si no tragas no expones…”, sentencia que daría para un extenso artículo que pondría colorados a muchos, todos se callaban para no alimentar al “monstruo”, sabedores de que, si “arrancaba”, la que caía a continuación, como ocurrió en alguna ocasión en la que estuve presente, desembocaba en la “tormenta perfecta”.

Faltándole un año para finalizar el “cuarto cuarto” del partido de la vida, decidió no jugar la prórroga. Posiblemente, el cansancio se adueñó de él, necesitando ya una luz diferente a la de Muxía. Y llegó la despedida. Triste adiós en la iglesia de Santa Eufemia de su Ourense. Un escenario que posiblemente no es el que él hubiera querido, pero que, dada la premura, sirvió para reunir a los que le querían y apreciábamos.

Eché en falta a muchos que podían venir y no lo hicieron y a muchos que debían estar y no estaban para rendirle ese obligado respeto a la parte de cultura gallega que encarnabas. Un fallo que achaco a la premura de la noticia, que, sin duda, más pronto que tarde, se enmendará desde donde corresponda hacerlo para que podamos reunirnos en esa despedida que merecéis todos los que con vuestro mágico trabajo habéis hecho grande a Galicia.

Un abrazo, “pintor”. No dejes de rematar “La última cena” para que podamos disfrutarte y recordarte en el lugar que te mereces.

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