Ayer estuve en la gran manifestación que tuvo lugar por las calles de Madrid con motivo del 8 de marzo. Un estallido de reivindicación por la igualdad que compartimos muchos hombres con los ciento de miles de mujeres concentradas en la plaza de Cibeles.
Ante esta realidad que ya se ha impuesto con fuerza, los pocos partidos políticos de ultraderecha que hoy ponen en duda la virtualidad y necesidad de una protección legal específica de las mujeres, no entienden, ni entenderán jamás, la naturaleza jurídica contemporánea del principio de discriminación positiva, ni la misma idea de igualdad radical entre hombres y mujeres.
La activista nigeriana Chimamanda Ngozi Adiche nos da una definición de lo que es ser feminista, precisamente, desde el principio de la igualdad: "Todo hombre o mujer que afirma que hay un problema con la situación de género hoy en día, que tenemos que solucionarlo, y que tenemos que mejorar las cosas".
Desde este presupuesto, les confieso estimados lectores, que soy feminista, y, especialmente, frente a esos pocos que cuestionan la ley de violencia sobre la mujer y que no son capaces de entender este problema principal de la sociedad española. Frente a todos aquellos que no buscan solucionarlo, ni pretenden en modo alguno mejorar las cosas: sólo buscan en esta materia, como en cualquier otra, la demagogia, el desapego, la intolerancia y la manipulación.
Y si, en efecto, algo hay que reprochar es la excesiva generosidad de nuestra democracia con esos pocos extremistas.
