Alternando entre lecturas

DEAMBULANDO

Publicado: 04 dic 2025 - 01:05

Opinión en La Región
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Me engancho más con la lectura en estos destemplados días, que cuando luminosos o templados, para más gozar del campo dan. Alterno con no menos de cuatro libros: Ese de prodigiosa lectura de personajes novelados en situaciones reales en que vivió nuestra incivil guerra, provocada por un felón, que sembró de cadáveres la que el autor llama Iberia, del 36 al 39, donde las barbaridades se sucedían sin descanso sin que hubiera rincón a la que no llegase; narrada en esta insuperable “La Península de las casas vacías”, escrita por la documentadísima y amena pluma o teclado, que hay que suponerle, a David Uclés, que ya va por su vigésimo segunda edición. Este navegar por todos los hechos más conocidos de la guerra con personajes que salen de un pueblo serrano del noreste de Jaén, la imaginada Jándula, que es una como villa que podría identificarse como Quesada. Una descripción que debería implementarse en todas las escuelas para conocimiento de lo que fue aquella época de terror donde hunos respondían a hotros (tal como Uclés los clasifica en su libro) en la barbarie…sin olvidarnos de que el causante de todo fue ese sanguinario dictador que presidió nuestras vidas 40 años, tantos que sí bien a punto estuvo de crear escuela con aquello de atado y bien atado, sí dejaría seguidores y nostálgicos de aquel régimen de terror.

Una lectura, a punto de remate, ese también del que es autor (ya comentado) el hijo de Ruco Lezcano, Arturo, llamado como su padre, pero sin un apodo como Ruco II, que hace la pintura más atractiva de la Galicia de la emigración sudamericana, centroamericana y norteamericana, él, que se fue a mamar en las mismas fuentes en su americano periplo.

El Alejandro, de Lane Fox, está tan documentado que le llevó varios años al autor viajero de todos los escenarios donde el héroe macedónico y sus famosas falanges expandieron el helenismo

Otra lectura más es la obra del gran historiador de Oxford, Robin Lane Fox, sobre la vida de Alejandro Magno, el que nunca fue vencido, narrada extraordinariamente, amenísima, documentada, descriptiva del ambiente de la época como pocas, que supera a una anteriormente leída pero novelada y magnificada, de Valerio Máximo Manfredi. El Alejandro, de Lane Fox, está tan documentado que le llevó varios años al autor viajero de todos los escenarios donde el héroe macedónico y sus famosas falanges expandieron el helenismo: Turquía, Fenicia, Egipto, Palestina, Siria, Arabia, Irak, Afganistán, Pakistán, India y sobre todo Persia, el imperio más poderoso al que doblegó como si de una venganza por la invasión de esos pueblos en las llamadas guerras médicas (por medos o persas), de la península helena. En la descripción de la caballería macedónica entra en detalles como el de que había que ser expertísimo jinete para montar caballos sin estribos. Las falanges macedónicas con esas sarisas o lanzas de hasta 5 metros y esos equites o caballeros, los famosos Compañeros, que montando a pelo atacaban en forma de uve, rompiendo las líneas del frente. Los romanos en sus legiones llegaron hasta el extremo de crear turmas o escuadrones que al actuar coordinados con autonomía, no dependían de que uno o varios de ellos fueran arrollados sino que esa independencia dotaba a las legiones de un aura de invencibilidad, porque cualquier línea de frente que se desmoronara no impedía que en otros sectores se mantuviese el ejército en el combate.

E ítem, otra lectura, que comprendida en estas cuatro voy alternando, la de un librillo para escolares de mediados del pasado siglo con poemas en latín de mi admirado Horacio, el del Beatus Ille y Carmen seculare, el sumo poeta, fuente de inspiración de todo el Renacimiento, protegido del todopoderoso Mecenas, amigo de sus contemporáneos Virgilio y Ovidio, y que se consideraba como el más lustroso puerco de la grey epicúrea.

Ignoro si dar estos saltos impide que conserves el nexo de cada libro, pero a mi me gusta, porque engancharte con un libraco de 700 u 800 páginas, tarea a la que hay que echarle ganas, se puede ver mitigada cuando lees por etapas, alternando los libros.

Esto tan dicho, que si pesásemos esa cultura de pantalla, que ha, en parte, sustituido a la del libro, hallaríamos grandes diferencias. Al menos los de la generación del libro impreso las notamos.

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