Amarga victoria

La legendaria actriz Bette Davis, cuando rodaba la película “Dark Victory” (“Amarga victoria”, Ed Goulding, 1939), se percató de la importancia dramática que tenía la escena cumbre, en la cual la protagonista subía una escalera con sus perros para ir a acostarse, consciente su personaje de que la muerte estaba cerca, tras haber comenzado ya la ceguera -dentro del proceso de cáncer cerebral que sufría- que le anunciaba el inminente fin de su vida.

Tan preocupada estaba la estrella que, según dicen, ensayando en el plató, se detuvo en el rellano y, dirigiéndose al director, le preguntó si sería Max Steiner -famoso compositor de bandas sonoras- el encargado de ponerle música a la escena. Ante la respuesta afirmativa, cuentan que Davis exclamó: “Ed, cariño: esa escalera la sube Max o la subo yo; pero te juro por Dios que no la vamos a subir juntos”.

Cierto o no, al final, pese a la reticencia de la diva, Steiner compuso la banda sonora de la película -incluyendo la delicada escena- y, de hecho, con el tiempo, la actriz acabaría confesando que él era su compositor favorito. Pero fue evidente que ella no quería que la música restara protagonismo a su interpretación, entendiendo que la emotividad del momento debía surgir de su actuación sin necesidad de que la partitura la subrayara.

Quizás porque la actriz no logró del todo su propósito, quizás porque su intención no era completamente noble, el caso es que tanto ella como Steiner recibieron sendas nominaciones al Óscar aquel año, pero ninguno de ambos llegó a alcanzar el premio; pues, además, competían con una obra hoy legendaria, que arrasó en número de estatuilla por aquél entonces: nada menos que diez consiguió “Lo que el Viento se llevó”.

Los trozos de roca sideral, en contacto con la atmósfera, se convierten en estrellas fugaces, pero su brillo es temporal y depende del tamaño y velocidad del fragmento

De modo que, aun contando con una rutilante estrella, como era Bette Davis (que ya había ganado no uno sino dos ÓOscar antes de la edición de 1939), el éxito puede irse con el viento, incluso frente a una recién llegada, como era el caso de Vivian Leigh en aquel momento y que consiguió interpretar el papel de Scarlett O’Hara casi por casualidad. Aparte de que, entre otras razones, no es fácil competir con el color cuando cuentas tu historia en blanco y negro.

Moraleja: el éxito colectivo, más que de una estrella, depende de tener un plan atractivo -en color, preferiblemente- y un liderazgo eficaz que implica, a veces, tomar decisiones difíciles, incluso audaces; nunca temerarias, mucho menos caprichosas. Porque del protagonismo al divismo sólo hay un paso, el mismo que de la autoridad al autoritarismo. Líder se nace, estrella se hace; incluso -tratándose sólo de brillar- te hacen.

Los trozos de roca sideral, en contacto con la atmósfera, se convierten en estrellas fugaces, pero su brillo es temporal y depende del tamaño y velocidad del fragmento. En contra, las auténticas estrellas tienen luz propia. En noches de lluvia no las vemos, pero ahí moran. Y tanto más brillan cuanto más oscuro está. Como también hay personas que parecen estrellas fugaces, mientras que otras son capaces de iluminar una sala con su mera presencia.

Pero, por desgracia, lo que más abunda son las que brillan únicamente bajo la luz de los focos: solo cuando éstos se apagan puede apreciarse quién luce en realidad, salvo para los incapaces de verlo, quizás por la desdicha de haberse quedado ciegos como la protagonista de Amarga victoria. Aunque, si bien es cierto que hasta la más dulce victoria puede saber amarga, más amarga sabe, sin ninguna duda, la derrota.