Angustia civilizatoria

Publicado: 14 nov 2024 - 00:35

Cultivar la esperanza es un acto productivo y necesario. El humano precisa la esperanza como vehículo para su día a día. Alexandre Dumas decía “La esperanza es el mejor médico que conozco”. Y el griego Tales de Mileto aseveraba “La esperanza es el único bien común a todos los hombres; los que todo lo han perdido la poseen aún”.

No cabe duda de que un mundo sin horizonte de esperanza y sin certeza y es el mejor caldo de cultivo para el totalitarismo. Conscientes o no de que el fin último de sus bulos es la angustia generalizada en el cuerpo y en la mente social, “influencers” de todo dispositivo se afanan a generar marcos otrora inverosímiles para la opinión pública que hoy arden como la pólvora desde la infoesfera a las conversaciones de bar.

Pero no. A pesar de que Trump haya vencido, los inmigrantes llegados a EEUU no se comían las mascotas que se encontraban por la calle como afirmó el condenado presidente electo de los Estados Unidos de Norteamérica.

Los radares meteorológicos sirven para localizar tormentas y seguir su evolución. Pero los videos que afirman que la dana en Valencia fue un “ataque meteorológico HAARP (un sistema de Investigación de Auroras Activas de Alta Frecuencia o HAARP, por sus siglas en inglés situado en Alaska) que tuvieron más de 5 millones de visitas no son sino despropósitos conspiranoicos.

Y sea como fuere, por mucho que se difundiera en Tik Tok (videos que suman más de 70.000 reproducciones) la narrativa que afirma que la dana fue provocada “para arruinar la recogida de naranja española” y favorecer la venta de la naranja marroquí es, además de científicamente imposible, rotundamente falsa.

Vivimos un mundo de “Ecoansiedad, solastalgia y miedo al cambio climático”. No lo digo yo ni la activista ecologista Gretha Thumberg, sino el informe “Ecoansiedad: las secuelas psicológicas de la crisis climática” de Iberdrola. La ecoansiedad es una respuesta emocional normal a una situación anormal. Cada vez más personas, adultas y jóvenes, experimentan emociones incómodas al tomar conciencia de la magnitud de los problemas socioambientales, especialmente el cambio climático, y de los riesgos que conlleva.

Ser conscientes de los retos planetarios que tenemos es preciso. Pero debemos romper con la angustia civilizatoria que se expande como una mancha de aceite. Los bulos y las mentiras sólo buscan movilizar las sociedades en un sentido destructivo.

La historia nos muestra que incluso en los tiempos más oscuros y ante las falacias más irresponsables, acaba prevaleciendo la verdad. Winston Churchill escribió: “Estoy totalmente a favor de utilizar gas venenoso contra las tribus incivilizadas”. En aquel momento, Churchill que, como secretario de estado británico para la Guerra y el Aire se enfrentaba a la rebelión kurda en el norte de Iraq, afirmó que tales armas “no dejan efectos permanentes graves en la mayoría de los afectados”.

Un soldado indio anónimo al servicio del Imperio Británico afirmó en una carta a su hogar, mientras a duras penas avanzaba entre el barro y el gas en las trincheras de Europa: “No piensen que esto es la guerra. Esto no es la guerra. Es el fin del mundo”. En 1925, refutando al todopoderoso Churchill, el Protocolo de Ginebra prohibió “el uso en la guerra, de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de métodos bacteriológicos” que “causaban muerte y efectos permanentes graves en la mayoría de los afectados”.

La luz siempre prevalece. Liv Arnesen, exploradora noruega y primera mujer en cruzar el Polo Sur en solitario, cuenta en su ilustrativo libro “Las niñas buenas no van al Polo Sur” su experiencia cruzando el continente blanco. “Conozco a muchas personas que creen en Dios y esperaba encontrarlo en mi camino al Polo Sur, si es que existe. Sin embargo, mis experiencias religiosas fueron muy diferentes, sólo me involucraron a mí misma, a la naturaleza y al universo. Y a la luz que cada noche helada, aparecía indefectiblemente al amanecer”. La luz siempre, contra el frío, las mentiras y la posverdad.

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