Opinión

Historias del lado oscuro


LUNES, 25 DE ABRIL

Hoy toca hablar del lado oscuro. Tengo un amigo que es como mi ONG, yo me dejo sablear, me levanta cinco euros, después le invito a un café y se lo cambio todo porque me cuente cómo andan las cosas en el lado frío de la vida.

Me dice en voz baja, como bajando la voz “Estos últimos dos meses han pasado cosas muy tristes allá en la parte dura de la ciudad. La prensa calla este tipo de informaciones y no entiendo por qué ya que son la vida misma”. Mi amigo se empuja un chupito de licor café de un trago “Mira, últimamente han aparecido al menos dos cadáveres de dos yonquis, uno en una calle céntrica con su insulina en el brazo, el otro en un lugar más apartado. La gente no escarmienta. Uno era muy joven, tal vez veinte años, se buscaba la vida trapicheando y buscando cosas en la basura como yo. El otro ya mayor era un superviviente de tu generación. Me pregunto cómo es que hay cada día más jóvenes enganchados en esta ciudad. Cuando vienen buscavidas de fuera se sorprenden y, con mucha frecuencia, se quedan en esta extraña ciudad en que vivimos. Pues sí, no sé qué tendrá nuestra ciudad pero aquí se quedan. Hay un montón de músicos callejeros y pedigüeños. Los camellos de toda la vida blindan sus puertas pero tú timbras a cualquier hora de la noche y te sirven. Ya sabes, si llegan los maderos, tardan en derrumbar la puerta y hay tiempo para echar la mercancía por los servicios. Por cierto, una de las últimas veces en que llegaron a detener a algún vendedor, no veas el número que se montó, policías por todas partes, perros, antidisturbios, como si tomaran el barrio. Algunas veces pillan pero son muchas en las que se van de vacío”.

Mi amigo ya va por su segundo chupito de licor café, me espeta “Jaime, a estas alturas todos sabemos cómo funciona este negocio, de él viven los vendedores clandestinos, los fiscales, los policías. ¿Recuerdas aquella canción?: ‘El show debe continuar’. Por eso no interesa legalizar el consumo”. Mi amigo mira por la ventana y me dice “Ahí está, te voy a enseñar a alguien que refleja el lado más turbio de la ciudad, ven conmigo”.

Ahora estamos en pleno centro, muy cerca de los jardines del Padre Feijoo. Mi cómplice me dice “Fíjate en esa mujer, obsérvala bien”. Veo a una mujer anciana discretamente vestida, mirada dolorida, que está quieta en una esquina, observadora. De vez en cuando se aproxima algún transeúnte y le pide una ayuda para comer. “¿Ves esa mujer? Pues muchos días desde hora temprana recorre las calles de la ciudad pidiendo limosna”. Le digo a mi amigo “No me enseñas nada, hay mucha gente así, pidiendo”. Él sonríe cínico “Espera, espera y verás la segunda parte, a esta hora suele llegar el fulano”. Pasó un rato, no llegó a la media hora, calle abajo, con paso alterado avanza hacia ella un joven empalidecido y flaco. Estoy a dos metros de la mujer “Dame todo el dinero, mamá, necesito ponerme ya, si no me lo das, robo o hago cualquier barbaridad”. Ella no dice nada, sólo le entrega las monedas envueltas en un pañuelo. “Mi buena madre robó para que comiese y fuese a la escuela / ¡Ay!, el calor que no le di, el calor que no le di”.

(El poeta escribió “Sólo el amor de una madre cuando todos te abandonan / sólo el amor de una madre resiste por cualquier tiempo y a cualquier prueba”).

MIÉRCOLES, 27 DE ABRIL

Ayer me invitaron al programa “La ventana de Ourense”, en La Cadena Ser. Me sorprendió la entrevistadora Lucía Abarrategui y su colaborador Sergio Pascual. Son una nueva generación de profesionales que buscan la información pero también la magia y la poesía. Me recitaron un viejo poema que escribí en “Irrevocablemente inadaptados” allá a finales de los setenta. Se lo había dedicado a Gary Gilmore: “Gary Gilmore dijo al juez que quería morir / insistió / por setecientos dólares / puñados de cívicos ciudadanos / se disputaron la plaza de verdugos / por televisión en color Cocacola quiso patrocinar el fusilamiento para los ojos legañosos de toda América del Norte”. Gilmore era hijo de vagabundo y de prostituta y había pasado veinte años de reformatorios, cárceles y filamentos de electroshock en su cerebro. Cielos, qué cosas suceden en Estados Unidos, en el estado de Utah te pagan setecientos dólares si te animas a apretar el gatillo. Permíteme hermano, hermana, que recuerde mi poema que ayer recitó Lucía, me conmovió, todo sigue igual. “Eran las seis y veinte de la madrugada en el condado de Utah / Doscientos millones de ciudadanos se levantaban felices hamburguesa y aspirina / y subían y bajaban / y subían y bajaban / en sus ascensores con música incorporada / como los viejos héroes no quiso vendaje en los ojos / gritó hagámoslo pronto ya / En el espacio de fiebre de su celda quedaban los residuos calientes de su última hamburguesa / poemas y dibujos nostálgicos / su negativa a ser en América / la fría firma del psiquiatra desorden antisocial peligroso / culpable”.

(Pero te cuento, cuando el juez accedió y Gery estaba ante el pelotón de fusilamiento, el capellán se le acercó “Venga, Gary, confiésate, si no a dónde vas a ir…” Gary le escupió “¡Qué importa!, si el infierno ya me es cosa familiar”).

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