TAL DÍA COMO HOY
Kandinsky
Los días recientes han traído a Europa una sobredosis de realismo porque las incursiones rusas en nuestro espacio aéreo son toda una alerta roja. En los vericuetos diplomáticos del continente el límite entre intimidación y agresión se desdibuja y se acaba recurriendo a comunicados enérgicos y estériles, pero debemos recordar que no todos los amagos pueden ni deben tolerarse. Y Rusia ya ha rebasado los límites de lo tolerable. Lo que está en juego es mucho mayor de lo que se está comentando. Lo que Rusia amenaza es el modelo político y económico de raíz occidental ilustrada: democracia liberal para lo primero, y capitalismo para lo segundo.
En septiembre han sido varias las violaciones del espacio aéreo europeo. El 9 y 10 de septiembre, una oleada de más de veinte drones lanzada desde Rusia o Bielorrusia invadió el cielo polaco. Polonia respondió derribando varios de ellos, cerrando aeropuertos como los de Varsovia y Lublin, e invocando el artículo cuarto de la OTAN. Poco después, Rumanía denunció una violación de su espacio aéreo, detectando un dron que fue expulsado por dos F-16. Estonia denunció que tres aviones MiG-31 cruzaron su espacio aéreo durante doce largos minutos, con los transpondedores apagados, forzando a dos F-35 italianos a expulsarlos. Cuesta creer que la OTAN haya carecido de las agallas para derribarlos tras su titubeo, y hay que recordar que a Turquía (país OTAN) sólo le llevó un minuto lanzar el misil correspondiente contra un caza ruso cuando el espacio aéreo violado fue el suyo. También ha habido aproximaciones rusas a las principales bases de Suecia y de Noruega. Pero la tensión más visible ha sido la ejercida por Rusia contra Dinamarca. Entre el 22 y el 28 de este mes pasado se han reportado hasta seis noches consecutivas con actividad de drones sobre aeropuertos daneses. En la capital, varios drones maniobraron sobre el aeropuerto, obligando a cerrarlo durante horas. En vísperas del Consejo Europeo de esta semana en Copenhague, ha sido necesario cancelar temporalmente el tráfico aéreo civil y desplegar sistemas anti-drones de aliados como Francia, Alemania y Suecia, además de reforzar la seguridad del cónclave. Dinamarca ha calificado esas operaciones de “ataque híbrido”. La OTAN ha tenido que lanzar la operación Eastern Sentry como respuesta directa a las amenazas sufridas por Polonia. En paralelo, se ha advertido al Kremlin que cualquier nueva violación aérea será respondida “con toda nuestra fuerza”, incluyendo la posibilidad de derribar aviones rusos. Parece mentira que haya que expresar con tanta vehemencia esa opción, que debería ser la praxis normal.
Nuestra defensa no es opción, es obligación. Si Moscú quiere provocación, que su actitud no puede salirle gratis
¿Qué pretende Moscú con toda esta estrategia? La hipótesis más probable es que esté testando límites, midiendo reflejos, buscando grietas en la unidad de Occidente, como viene haciendo al menos desde que en 2014 el Kremlin invadiera Crimea. Busca erosionar la moral y la cohesión del adversario. Pero estas incursiones ya no se quedan en los bordes del conflicto ucraniano: cruzan hacia el corazón del territorio europeo. Donald Tusk, primer ministro polaco, ha alertado a toda Europa de que estamos al borde de una guerra con Rusia. Si observamos el amplio despliegue de aeronaves estadounidenses en el mar del Norte, y al encontronazo de aviones de ese país y de Canadá con un caza ruso en las proximidades de Alaska, todo parece indicar que Putin busca ampliar el conflicto de Ucrania, en el que se está desangrando sin lograr nada, para crear un segundo frente. Su objetivo: justificar medidas aún más autocráticas en el interior, y la beligerancia abierta en el exterior.
Nuestra defensa no es opción, es obligación. Si Moscú quiere provocación, que su actitud no puede salirle gratis. Europa no puede responder con tibieza sino con simetría. No es hora de recortar el apoyo al flanco oriental, como esbozó Trump y después se desdijo. Es hora de preguntarse si Occidente está preparado para defender sus principios con la misma pasión con que Moscú defiende su brutalidad. Ucrania no es la guerra, sino la línea del frente actual en una guerra más amplia cuyas operaciones están contenidas ahí pero… ¿por cuánto tiempo? A Putin se le agotan la paciencia y los recursos, hasta los humanos: acaba de llamar a filas a más de cien mil ciudadanos más, nueva carne de cañón. Dinero sigue teniendo a espuertas, pero la confiscación de sus depósitos en el exterior y el bloqueo a las compras de sus hidrocarburos pueden ponerle por fin contra las cuerdas. La OTAN debe reforzar su presencia en el flanco oriental, desplegar sistemas anti-drones masivos y preparar un escudo antimisiles impenetrable, e incrementar los mecanismos de interdicción aérea y coordinación estratégica de inteligencia. Y en el medio y largo plazo, la OTAN debe aspirar a transformarse en una fuerza de seguridad global, no sólo euroatlántica, que garantice la prevalencia del modelo liberal-democrático y capitalista como el estándar que, con el tiempo, deberá alcanzar a toda la humanidad. No es arrogancia. Es constatación de la preferencia de los seres humanos cuando votan con los pies migrando.
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