Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
En 1981 yo estaba haciendo la mili en Sabiñánigo, Huesca. Como nos pasábamos todo el día acampados por el Pirineo no había muchas cosas que hacer allí salvo pasar frío, penurias, disfrutar en lo posible del paisaje y aguantar las impertinencias de algún estúpido oficial.
Un día que mi compañía estaba acampada cerca de Canfranc, tres amigos y yo decidimos bajar a pie por la montaña hasta la estación, para verla. Creo que fue una idea de José María Sancho, uno de mis mejores amigos de entonces, un valenciano al que me sigue uniendo el mismo cariño de siempre, aunque ya no nos veamos mucho.
José María sabía qué era la estación de Canfranc, los otros tres amigos, Fernando Lage un gallego, un chico extremeño cuyo nombre no recuerdo y yo, no teníamos ni idea. Pero allí nos fuimos arrastrados por la pasión y el conocimiento de José María.
La estación de Canfranc aparece este año en la lista del New York Times de los cincuenta mejores destinos turísticos del mundo para el año 2025. No me extraña.
Creo que tuvimos que parecer a los ojos de alguien -si nos hubiera podido ver entonces- cuatro hobbits diminutos, aterrorizados, y también asombrados
A lo largo de tantos años, tras aquel día de 1981 he visto centenares de fotos maravillosas de Canfranc, desde una serie preciosa de fotos en blanco y negro no de quien de hace mucho tiempo, con la estación en el mismo estado de abandono y destrucción con que la vimos nosotros cuatro aquel día, hasta fotos muy recientes con la estación restaurada y el lujoso hotel que hoy se ubica allí.
Tal vez mi recuerdo haya estado siempre manipulado por mi propia memoria y mi imaginación, pero juro que yo lo sentí así como lo voy a contar.
Llegamos a la estación, como dije a pie, en medio de una ventisca salvaje, protegiéndonos malamente con nuestros chubasqueros y nuestra ropa militar de montaña. La visión ya desde lejos de aquel monstruo inmenso instalado entre la nieve nos dejó atónitos. Pero lo mejor aun estaba por llegar. Cuando entramos allí, el gigantesco y lujoso edificio estaba vacío y abandonado como un sueño loco. Por los cristales rotos de las ventanas y las puertas desvencijadas entraba la nieve a raudales en oleadas furiosas, como una tormenta brutal y cruel que se hubiera desatado en la cima del Caradhras.
Creo que tuvimos que parecer a los ojos de alguien -si nos hubiera podido ver entonces- cuatro hobbits diminutos, aterrorizados, y también asombrados y reverentes ante la belleza perdida y la ruina de las antiguamente majestuosas Minas de Moria de los Enanos.
Y yo me sentí por un momento como si estuviera de pronto en alguna escena fantástica de una película de Spielberg. Cuatro niños pequeños, solos, enfrentados a la voluntad del mundo, sacudidos por los rugidos y el poder del viento y los elementos.
No sé si los turistas actuales sentirán eso. No lo creo. Pero si yo tuviera pasta hoy, me iría allí a pasar unos días. En verano, please.
Canfranc: quizá sea solo una idea del corazón.
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