Opinión

Y las bicis estáticas, agotadas

Las bicis estáticas, ésas  que se compraban y siempre terminaban siendo objetos de museo, han agotado sus existencias y ¿cómo no?   Hago alguna llamada y casi interrumpo a algún amigo de pedaleo, por lo que jadea. Por un rato me asomo a veces no sé si para airearme, curiosear o lo qué. Un batallón de soldados de la Brilat, después de patrullar por las calles, como garantes del orden. Nunca se sabe en estos confinamientos masivos la reacción de algún descerebrado, como uno que circula en las redes, que dos espadas en cada mano, retaba al mundo.  Los soldados en la calle están bien, entendido en la misión en que se hallan y nos enseñan que el concepto del militar como tal y heredado, debería estar periclitado en las sociedades  modernas. Debajo de mi balcón estaba un menguado batallón en la explanada policial con su autocar y todo terrenos dispuestos para partir no sin antes entrar por sus petates o mochilas depositadas en las policiales dependencias.

Apenas vemos sillas de ruedas autopropulsadas. Alguno de la vecindad salía a diario para conectar con la calle. Ignoro cómo aguantará en la casa quien a diario se paseaba de modo casi autónomo. Tantos y tantos que en este artilugio cada vez más perfeccionado y con viales apropiados salieron tiempo ha de su  confinamiento, forzado no por la crisis del virus, sino por no disponer de esas sillas alimentadas por baterías. Hay mucho sufriente en la crisis, mientras recibo la llamada de una amiga que me pregunta que libro le recomiendo como si yo facultades o conocimientos para recomendar algo. Pero me atrevo y le digo que esa novela, casi autobiográfica de Thomas Man, Los Buddenbrook, sobre unos negociantes alemanes del puerto alemán de Lübeck en el Báltico, que crean un gran imperio comercial, pero que a medida que va pasando de padres a hijos, como negocio familiar, va mermando hasta acabar en la ruina en la cuarta generación; entre entendidos, superior a la Montaña Mágica,  o a Muerte en Venezia. El premio Nóbel del autor, a toda su obra, pero como referencia ésta su primera cuando mozo empezaba a alumbrar a un gran escritor. Sin embargo, para estos confinamientos me inclino por los relatos breves, así que me enzarcé con Guy de Maupassant,  de       finales del II Imperio, francés y sus Cuentos de Guerra ( como fondo la derrota ante las tropas prusianas), con magníficos exponentes  de esa población civil expuesta, en la ocupación, a los estragos de esas guerras de las que los latinos decían, Bella matribus detestata (Guerras detestadas por las madres) y, no obstante, la base que informaba la grandeza de Roma era el obligado paso de casi veinte años por la milicia para hacerse,  si sobrevivías, un nombre en la vida pública.

Ahora, con el conocimiento que dan los aplausos de casi todos, nos saludamos inter balcones o ventanas y donde antes pocos, ahora más salen del confort de sus cuartos a batir palmas, porque el ejemplo arrastra, y mientras nosotros cesamos, otros más adelante continúan los aplausos y la música y alguna ocurrencia. Pasean los amos del can, pero no a esta hora octava, que veo, con los de tamaño reducido; los grandes como si confinados   intra muros…al menos en esta barriada mia.

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