Cielo gris

Publicado: 03 dic 2025 - 06:55

Opinión en La Región
Opinión en La Región | La Región

El anuncio de Donald Trump de que el espacio aéreo “sobre y alrededor de Venezuela” debe considerarse “cerrado en su totalidad” ha añadido una capa de turbulencia aún más espesa, si cabe, a su ya envenenada relación con Nicolás Maduro. El mensaje, aunque lanzado en una red social y no en un documento oficial, ha tenido, sin embargo, efectos muy reales, quizás incluso mayores de los previstos, al momento en que estas líneas vean la luz.

Lo primero que llama la atención es la ambigüedad jurídica del gesto, pues Trump no puede “cerrar” un espacio aéreo que, en Derecho internacional, pertenece a la soberanía de otro Estado. Pero, lo que sí puede hacer es ordenar o presionar para que compañías y pilotos lo traten como si estuviera clausurado. De hecho, ya desde 2019 los vuelos regulares entre ambos países estaban suspendidos y la FAA había endurecido hace días sus advertencias.

Para Maduro, el regalo propagandístico es claro: Caracas ha calificado el anuncio de “amenaza colonialista” y de agresión contra su soberanía, denunciando que Washington pretende arrogarse el control del cielo venezolano. El chavismo necesita enemigos externos para cohesionar a su agotada sociedad y Trump se lo sirve en bandeja. Un presidente extranjero que habla de cerrar su espacio aéreo, acompañando el ultimátum con una campaña militar.

Trump y Maduro parecen utilizarse mutuamente

Pero no es solo teatro para consumo interno, pues la decisión llega tras semanas incrementando la presencia militar estadounidense, con portaaviones, operaciones contra supuestas lanchas de narcotráfico y una lluvia de comunicados insinuando que todas las opciones están sobre la mesa. Tan sólo una pregunta sobrevuela la región: si el cierre de facto del espacio aéreo es una simple escalada retórica o el preludio de operaciones más agresivas.

Las consecuencias inmediatas ya se sienten en las rutas comerciales. Algunas compañías han cancelado conexiones y otras estudian recargos; pero, en cualquier caso, todas se ven obligadas a trazar rodeos costosos en consumo de combustible y tiempo. Mientras tanto, los mapas de tráfico aéreo muestran un hueco inquietante sobre Venezuela, como una mancha en blanco que simboliza algo más que un mero problema logístico.

El impacto humano es aún más delicado. Las autoridades venezolanas ya han suspendido vuelos de deportación de migrantes procedentes de EEUU, en tanto que diversas organizaciones humanitarias temen complicaciones para el envío de ayuda, medicinas y personal a un país sumido en emergencia crónica. De este modo, ese cielo cerrado, para muchos venezolanos, constituye otra frontera más, añadida a las que ya soportan en tierra.

Trump y Maduro parecen utilizarse mutuamente. El primero refuerza su imagen de dureza frente a un “narco-régimen” al que acusa de proteger traficantes; mientras que el segundo se presenta como víctima de una potencia imperial que pretende dictar quién puede volar sobre su territorio. En el medio, se tambalea la arquitectura del Derecho internacional, basada en la soberanía y en la previsibilidad, no en impulsos presidenciales.

Lo inquietante es que este cierre del espacio aéreo pueda transformar el cielo venezolano en una suerte de zona gris, donde un error de cálculo puede acarrear consecuencias irreversibles. De ahí la urgencia en devolver la disputa al ámbito de la diplomacia y los organismos multilaterales, antes de que un gesto pensado para intimidar acabe convirtiéndose en un salto sin paracaídas desde ese cielo gris tirando a negro.

Contenido patrocinado

stats