La ciencia, del lado de los más vulnerables

Sobre el barrio chabolista de Makoko, en el cinturón de la capital nigeriana de Lagos, el sol y la esperanza alumbran un nuevo amanecer. La partera presenta un recién nacido a Ifeanyichukwu, su quinto hijo -y único superviviente- al que recibe con la alegría de una nueva certidumbre: el pequeño Chidiebere, que significa Dios es misericordioso, prevalecerá frente a la malaria.

Conocida también como paludismo, esta enfermedad se ceba con el África subsahariana, principalmente en Nigeria, seguida de la República Democrática del Congo, Uganda, Etiopía y Mozambique y, pese a afectar de igual manera a Venezuela, Brasil y Colombia, es el continente negro el que concentra el 90% de los fallecimientos.

Enfermedad grave parasitaria, transmitida por la hembra del mosquito Anopheles, provoca fiebre alta, escalofríos, sudoración, dolor de cabeza y síntomas gripales, llegando a ser mortal de no tratarse. Aún administrando farmacoterapia, entre las secuelas se cuentan lesiones renales y hepáticas, que condicionan la supervivencia de los infectados que, en las proyecciones para 2025, basadas en datos de 2024, se estiman 282 millones y alrededor de 610.000 muertes, la mayoría niños menores de cinco años.

Fue gracias al doctor Manuel Elkin Patarroyo que se obtuvo la primera vacuna contra la enfermedad, la RTS,S/AS01 (Mosquirx), responsable de salvar innumerables vidas aun adoleciendo de escasez. Gracias a la colaboración entre la Universidad de Oxford, la farmacéutica Novavax, el apoyo financiero de 18 países y la Alianza de las Vacunas (Gavi), junto con los reguladores de la OMS, el salto cuantitativo viene dado por la nueva formulación R21 que augura un suministro suficiente y continuado merced a dos factores fundamentales: un bajo coste de apenas 4 dólares/dosis y una alta eficacia de casi el 80%, transitando, en unas economías precarias, de lujo inalcanzable a solución revolucionaria.

La nueva vacuna no es una bala de plata capaz de aniquilar al parásito como si de un lobishome se tratara. El paludismo requiere de una propuesta holística que contemple la vacunación, combinada con otras medidas como la instalación de mosquiteros

Esa expectativa, traída por cooperantes y misioneros como buena nueva, dibuja ringleras de marfil en el mar de ébano de los suburbios de Makoko, por la que Ifeanyichukwu abriga la confianza de un futuro promisorio para Chidiebere, pese a que aún quedan infinitos desafíos que superar y un largo camino por recorrer.

R21 puede ser una importante herramienta, pero no una panacea. La nueva vacuna no es una bala de plata capaz de aniquilar al parásito como si de un lobishome se tratara. El paludismo requiere de una propuesta holística que contemple la vacunación, combinada con otras medidas como la instalación de mosquiteros, especialmente desde la puesta hasta la salida del sol; la quimioprevención, con especial hincapié en las proximidades de fuentes de agua dulce, charcos, ríos, acequias e incluso arrozales, dado que el medio natural de reproducción del mosquito es el agua.

Por otro lado, conviene contemplar el reto logístico que suponen el transporte y la administración de cientos de millones de dosis en un planisferio dominado por la dispersión poblacional de zonas rurales, muchas veces remotas, inestables o sumidas en conflictos armados, a las que no siempre les resulta fácil acceder al personal sanitario, en muchas ocasiones expuesto al peligro de fuerzas beligerantes.

El éxito de la R21 no se limita a su eficacia frente al paludismo, sino que establece un paradigma al plantear un nuevo modelo a la hora de afrontar otros desafíos globales. Pone de manifiesto que es factible obtener resultados tecnológicos de alto impacto que sean, simultáneamente, accesibles y cuantitativos. Esta novedosa vacuna es la muestra fehaciente de que cuando convergen ciencia, empatía y voluntad política, se puede alcanzar la victoria, por más dura y difícil que sea la batalla.