Creo en la España de una realidad diversa

Nunca estuve en Varsovia. Pero me ha dicho Neme que, en un muro de esta capital, un joven judío dejó escrito: “Creo en el sol, aunque no luce; creo en el amor, aunque no lo siento; creo en Dios, aunque no lo veo”. Fue decírmelo y no sé a santo de qué, ni por qué, me vino al recuerdo lo que escribió con amargura en 1931 Unamuno: “En este país hay una realidad social y una realidad oficial o política”. Creo que, la España de las dos realidades, no es cosa buena. Resultan ser dos realidades no tolerantes. Sí, “dos Españas, señores, están trabadas en una lucha incesante”, dijo Ortega. Y así observo que continúa hoy, como ayer, totalmente en vigencia el tema de las dos Españas; tema político por histórico, histórico por político, antiguo, como reciente. Político por histórico, ya que en España la historia se repite y en la repetición estamos. Creo en la España de una realidad diversa, no en la de dos realidades.

“Creo en el sol, aunque no luce; creo en el amor, aunque no lo siento; creo en Dios, aunque no lo veo”.

Somos así, tal cual. Todos los días oímos a los tertulianos hablando de la polarización política, de confrontación… Debido a dos visiones distintas de país: Derecha-izquierda, conservadora-progresista, católica-anticlerical. Así se decía y sucedió en al Guerra Civil. De igual manera se dice hoy. Será que no queda más remedio que partir de cero y recomponer otra vez. Pasamos nuestro particular “Siglo de oro” a partir de la transición, con una Constitución que, como he dicho en mi anterior escrito en esta columna, ha supuesto y aun supone un pacto histórico sin precedentes en torno a la idea básica de España. Pero estamos en entredicho. Por eso estoy describiendo la situación que siento. Se hizo una Constitución por consenso a partir de renuncias de todos, que nos trajo un largo periodo de bienestar y prosperidad, quizás como jamás lo hemos disfrutado. Pero… “España se repite, y en la repetición estamos”; y yo no quiero pensar, pero al pensamiento me viene, que tenemos que empezar de nuevo, lo que implicaría un mal pronóstico en tiempos venideros.

Detesto, aborrezco, lo que pasaron nuestros abuelos. Por eso me agarro y remedo al joven de Varsovia, ya que aún no dejando escrito en ningún muro, sí plasmo en papel, que creo en la lucidez de la gran mayoría de los españoles; sabedores y concienciados de lo que pasó, y el trabajo de reconducción y unión de aquellas dos Españas, no merece la pena caer, definitivamente, en la mazmorra pasada. Y aunque hoy el sol no luzca, sobre la sensatez política del país, siempre hay sol. Que salga y alumbre, no tarde.

Pero… “España se repite, y en la repetición estamos”; y yo no quiero pensar, pero al pensamiento me viene, que tenemos que empezar de nuevo, lo que implicaría un mal pronóstico en tiempos venideros.

También estoy con el joven de Varsovia, pues aunque no lo escriba en ningún muro, sí que suscribo que el amor al país, a sus gentes, se tiene porque son, somos semejantes a pesar de pensar diferente; esa diferencia no nos hace dejar de sentir que es mejor no caer en tentaciones apocalípticas, que nos hagan empezar tras otro desastre. Siempre tenemos y sentimos amor por nuestros semejantes, a pesar de la realidad diversa, que en esa diversidad está nuestra riqueza.

Igual que el joven de Varsovia cree en Dios, aunque no lo vea, y así lo dejó plasmado en el muro de Varsovia, también los españoles creemos cada uno en un Dios, en su Dios. Otros en ninguno; no porque no lo vean, sino porque sus creencias le hacen ser agnósticos o ateos. Pero ello no es óbice para que no nos demos cuenta que España ha llegado a un grado de decadencia moral, ética y de convivencia política, que ya no podemos continuar engañándonos. Una España tan dividida, tan polarizada, sanchista y antisanchista (Pilar Cernuda) no barrunta nada que sea bueno ni deseable. “Prohibido prohibir”, dice a los españoles la Generación del 98. ¡Eso!, no se trata de prohibir nada…