Cryptocrash

TINTA DE VERANO

Publicado: 15 oct 2025 - 03:06

Opinión en La Región
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La noche del 10 al 11 de octubre pasará a la historia del mercado de las criptomonedas por la enorme turbulencia vivida. En cuestión de horas, cerca de 19.000 millones de dólares en posiciones apalancadas desaparecieron del mapa y la divisa más emblemática -Bitcoin- se desplomó más de un ocho por ciento. Fue la señal de que el mundo cripto ha dejado de ser un territorio rebelde para convertirse en un actor más del sistema financiero global.

Según parece, el origen inmediato del desplome estuvo en la nueva escalada comercial entre Estados Unidos y China. Los aranceles del 100 % del primer país sobre la tecnología del segundo sacudieron los mercados y arrastraron consigo a las criptomonedas, que hoy se comportan como cualquier otro activo de riesgo. Ya no hay refugio posible fuera de la geopolítica: cuando Washington tose, Bitcoin se resfría.

Durante años, el relato cripto se alimentó del rechazo a los gobiernos y bancos centrales. El blockchain era sinónimo de independencia, de soberanía digital y de desconfianza hacia el sistema. Sin embargo, esa narrativa se está agotando. Lo que hasta hace poco parecía un universo autónomo, impermeable a los vaivenes del poder, demostró que también responde a los nervios de Wall Street y a los discursos del Despacho Oval.

En 2025, Estados Unidos no solo tolera las criptomonedas, sino que las regula, las conserva y las incorpora a su estrategia económica. Es así como hay que entender la creación de una reserva nacional de Bitcoin, que reúne los activos digitales confiscados por agencias federales, marcando un punto de inflexión. Por primera vez, el Estado más poderoso del mundo trata el fenómeno cripto no como una amenaza, sino como un activo estratégico.

Lo que nació como rebeldía tecnológica está siendo absorbido por el establishment, con todas sus reglas, sus comisiones y sus impuestos

Esa normalización se traduce también en leyes. En julio, el Congreso americano aprobó la Genius Act, que impone reglas claras a las monedas digitales ligadas al dólar. Y ahora el debate gira en torno a la Clarity Act, detrás de la cual se esconde una batalla de poder; esto es, la necesidad de decidir si la autoridad sobre el mercado cripto recae en el organismo que regula las materias primas, o en el que supervisa los valores bursátiles.

Para los inversores, la Clarity Act anuncia un marco predecible; pero, a los idealistas del mundo cripto, les parece el principio del fin de su utopía descentralizada. La verdad es más ambigua: cada vez que el dinero se hace demasiado grande, el Estado vuelve para ponerle fronteras. La regulación no es un castigo, sino la prueba de que el poder reconoce a un nuevo competidor. Washington no legisla sobre lo irrelevante; legisla sobre lo que teme perder.

Paradójicamente -o no-, empieza a beneficiar al propio gobierno estadounidense esta expansión de las criptomonedas, pues las respaldadas en dólares se sostienen con reservas invertidas en bonos del Tesoro, en gran medida. Por ello, cuanto más circulan, más compradores aparecen para la deuda pública, con un efecto colateral interesante: el sistema descentralizado acaba alimentando al sistema que quiso desafiar.

El crash de octubre, entonces, parece un momento de madurez colectiva. El mercado cripto ha entendido que ya no vive en un limbo paralelo, sino dentro del engranaje global. Lo que nació como rebeldía tecnológica está siendo absorbido por el establishment, con todas sus reglas, sus comisiones y sus impuestos. El sueño libertario de Satoshi Nakamoto aún no ha muerto, pero ya no vuela libre: viaja con cinturón de seguridad y supervisión federal.

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