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Por si fuesen pocos los problemas e inconvenientes para el comité organizador de los Juegos, ahora afronta el empeño -en algunos casos obsesión- de algunos atletas por usar el escaparate del podio como palco de reivindicaciones.
Sucedió con la reciente medalla de plata en lanzamiento de peso femenino, la estadounidense Raven Saunders. Saunders aprovechó el momento para realizar un gesto en "reconocimiento de la comunidad LGTBI, la minoría negra y las personas con enfermedades mentales", declaró.
La lanzadora no necesitaba llamar la atención y robar el protagonismo a la ganadora. Su propia trayectoria de superación y esfuerzo es digna de reconocimiento. No precisaba más para suscitar el cariño de cualquiera con un mínimo de sensibilidad.
La Carta Olímpica, la ceremonia de inauguración y todos los discursos en Tokio proclaman la igualdad entre los atletas, sin distinción de raza, credo, sexo, origen u orientación sexual. De forma clara y rotunda.
Lo que el COI quiere evitar es una pasarela de manifestaciones, más o menos justas. Un circo de muecas que superen el verdadero objeto de los podios. Felicitar y premiar a los tres mejores por su esfuerzo. Habrá sanciones.
Si todos tienen derecho a opinar. ¿Por qué no puede reivindicar un saudí la poligamia? ¿Y un chino la represión de Hong Kong? ¿Y un indio la división en castas? Mejor, ceñirse al protocolo.
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