El dilema: ¿desconectar de verdad o seguir conectados a la IA?

SENDA 0011

Publicado: 10 ago 2025 - 03:50

Opinión en La Región | La Región
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Llega el verano y, con él, ese momento tan esperado en el que el ritmo baja unas cuantas marchas. Las notificaciones disminuyen, el teléfono suena menos y las agendas, por fin, dejan huecos en blanco. Pero también llega una duda que muchos consejeros delegados conocemos demasiado bien: ¿desconecto del todo o me mantengo “medio conectado”, por si acaso?

Durante años, esa pregunta tenía respuestas más o menos claras. Algunos optaban por revisar el correo a primera hora. Otros pactaban llamadas puntuales para resolver urgencias. Y luego estaban quienes, aunque físicamente en la playa, mentalmente seguían en el consejo de administración. Pero lo que ha cambiado radicalmente es el escenario tecnológico. Hoy, con la inteligencia artificial como aliada, la ecuación se ha vuelto más compleja… y, paradójicamente, también más liberadora.

Porque la verdad es que ahora sí podemos permitirnos desconectar. Al menos, de las tareas más repetitivas, rutinarias o previsibles. Y es que la IA no se va de vacaciones. No necesita una caña ni una tumbona. Está ahí, siempre encendida, procesando datos, detectando patrones, anticipándose a problemas y ejecutando acciones. Herramientas que responden correos, que ajustan campañas, que priorizan incidencias… La tecnología, bien entrenada, se encarga de mucho de lo que antes requería nuestra atención directa.

El dilema, entonces, no es tanto si desconectar o no, sino cómo hacerlo sin perder el pulso. Porque, reconozcámoslo, apagar por completo da un poco de vértigo.

Esto no significa que podamos desentendernos de todo, claro. Pero sí que hay una oportunidad real de liberar espacio mental. De dejar que las automatizaciones hagan su parte, para que nosotros podamos enfocarnos en algo que rara vez tiene cabida en la agenda diaria: pensar con calma. Ver el bosque y no solo los árboles. Imaginar lo que viene, sin estar atados a lo que urge hoy.

El dilema, entonces, no es tanto si desconectar o no, sino cómo hacerlo sin perder el pulso. Porque, reconozcámoslo, apagar por completo da un poco de vértigo. Hay una parte del liderazgo que todavía se construye sobre la idea de estar siempre disponibles, siempre alerta. Pero quizá esa narrativa necesita revisarse. Porque estar “siempre” puede hacernos eficaces a corto plazo, sí, pero también puede agotarnos, enturbiar nuestra mirada y dejarnos sin energía justo cuando hace falta visión.

A veces, los mejores insights llegan cuando estamos lejos del escritorio. Caminando por una playa. Leyendo un libro que no tiene nada que ver con nuestro sector. Mirando cómo juegan nuestros hijos o perdiendo el tiempo, con gusto, en una sobremesa infinita. Es en esos momentos cuando el cerebro, por fin sin presión, conecta ideas que llevaba semanas rumiando. Y muchas veces, las decisiones más estratégicas nacen precisamente de ahí: del silencio, del espacio, del descanso auténtico.

La IA, en ese sentido, no es un enemigo del descanso. Es todo lo contrario. Bien utilizada, puede ser la llave que nos permita tomar distancia sin dejar de estar al tanto de lo importante. Podemos programar alertas solo para lo realmente crítico, delegar reportes semanales que se generan solos, dejar instrucciones claras y confiar. Porque sí, confiar también es parte del liderazgo.

Además, cuando un desconectamos de verdad, mandamos un mensaje poderoso al equipo. Dice: “Confío en vosotros. Y confío en lo que hemos construido”. Y eso, en culturas empresariales sanas, se traduce en autonomía, responsabilidad compartida y orgullo de pertenencia. No es desinterés, es madurez. Y es una forma muy humana, y necesaria, de proteger la energía colectiva.

Yo lo estoy viviendo así. La tecnología nos ha permitido no solo escalar y ser más ágiles, sino también repensar cómo usamos nuestro tiempo. En mi caso, este verano estoy tratando de dejar que la IA trabaje por mí en lo operativo, para poder centrarme en lo esencial: hacia dónde vamos, con quién, y por qué.

Quizá ese sea el nuevo superpoder del liderazgo: saber cuándo dar un paso atrás para ver mejor. Aprovechar la tecnología no para estar más conectados, sino para conectarnos mejor. Con el negocio, sí. Pero también con nosotros mismos.

Y si en el camino logramos, aunque sea por unos días, cambiar el portátil por un paseo largo o por una conversación sin reloj… entonces, algo estaremos haciendo bien.

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