Opinión

La paradoja de Renfe

Tiene algo de ironía que la llegada del AVE a Ourense coincida con el peor momento de los servicios ferroviarios en el interior gallego. Con datos de los sindicatos, Galicia fue la segunda comunidad autónoma más afectada por la supresión de líneas en la pandemia y en la desescalada apenas se han reactivado la mitad de los Media Distancia. No debe ser casualidad que solo Extremadura salga peor parada en la comparativa estatal.

Como pueden certificar los vecinos de Carballiño, Ribeiro o Valdeorras, la situación antes del covid ya era pésima y estos últimos meses solo han servido para terminar de desnudar el nivel de atención de Renfe hacia la periferia. En la desescalada de las últimas semanas se han recuperado conexiones a Madrid y en el eje atlántico pero la operadora no da garantías de avanzar con los regionales. Ese “pendiente a demanda” se hace perverso en una empresa pública y directamente es una trampa emplearlo en este escenario: cómo se van a recuperar los viajeros en líneas que ahora mismo quedan con apenas un tren al día, horarios imposibles o la fiabilidad comprometida por averías vinculadas a la ausencia de mantenimiento -pese a todos los informes de alerta-. Y ya es un recochineo leer en la prensa los precios del nuevo AVE de bajo precio y compararlo con lo que cuesta viajar desde Ourense a Santiago o Ferrol.

Renfe parece estar empujando a la desaparición a todo lo que no considera rentable. Da igual el derecho a la movilidad o que sean líneas definidas como obligaciones de servicio público -y por tanto, subvencionadas-. Bajo ese criterio no sorprende tampoco el deterioro de las atenciones a los pasajeros. Casi 2.000 trabajadores de la concesionaria (Ferrovial) de la restauración, acompañamiento o atención al cliente llevan en ERTE 15 meses: el resultado han sido trenes con un o ningún tripulante a bordo -para ayudar a cumplir, por ejemplo, los protocolos del coronavirus- y en el que si no había máquina autoservicio la única forma de comer un bocadillo o tomar un agua es traérselo de casa. Como han comprobado a la fuerza los pasajeros de los Larga Distancia (LD) que llegan a Ourense cada día, si no conoces de antemano esta indignante situación quedas forzado a un ayuno de cuatro, cinco, seis o siete horas. Expliquen esto a una persona mayor, un niño o un diabético.

Por supuesto la compañía no ha bajado las precios para compensar este maltrato digno de la peor posguerra. Hace unos días, José Luis Ábalos anunció que el servicio a bordo en las líneas que todavía lo mantienen (AVE y LD) se recuperará a partir del 1 de julio. Pero cómo no, será “gradual”. Es decir, ya iremos viendo. Y lo que sí es crónico es el ramillete de carencias que tan bien conoce cualquiera: estaciones sin personal y con problemas incluso en la megafonía, asientos de tren incómodos, ausencia de wifi o convertir en una epopeya el mantener una conversación por teléfono de más de tres minutos. La pista sobre por dónde camina el futuro de líneas como las conexiones de la capital provincial con las villas la completó el propio ministro de Transporte en una entrevista reciente: “El ferrocarril, por sus características, requiere de un elevado volumen de demanda potencial”.

La paradoja es que la reciente liberalización de los corredores de alta velocidad ha beneficiado a sus usuarios… mientras semeja perjudicar al resto. Porque tras un 2020 cerrado en números rojos, es evidente vincular los esfuerzos de Renfe para tener que ser más competitiva donde por fin tiene rivales -aunque vista la experiencia de Correos, veremos los posibles abusos de posición dominante- con mermar todavía más el servicio en donde sigue disfrutando de su monopolio. Ante la hipotética llegada de operadores privados a Galicia, la incógnita ya no es solo el año de su aterrizaje sino el panorama que se encontrarán para, quizás, plantearse entrar en esas líneas subvencionadas. Hoy es sencillo pensar qué estaría diciendo el PSOE si esta perspectiva economicista la manejase el PP. Y viceversa. Más difícil es imaginar cómo se puede vertebrar un país y reequilibrar el territorio sin trenes y a base de fiambreras.

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