Rosendo Luis Fernández
Unha volta de "tuerca" nas denuncias
Durante años, España abrazó –al menos sobre el papel– el reto europeo de que la industria manufacturera alcanzase el 20% del PIB. Era una meta ambiciosa, pero necesaria para construir una economía más sólida y menos vulnerable a los vaivenes globales. Sin embargo, con el tiempo, esa aspiración quedó en un cajón, arrinconada por el empuje constante del turismo, que ha terminado por convertirse en el gran motor de crecimiento, aunque con evidentes limitaciones. No se trata de demonizar a ningún sector –y menos al turismo, clave–, sino de aplicar el sentido común.
Resulta que, desde el año 2000, la industria manufacturera en España ha perdido una cuarta parte de sus empleos y ha recortado 6,1 puntos su aportación a la renta nacional. En 2024, solo genera el 9,9% del empleo y el 11,8% del valor añadido bruto (VAB), muy por debajo del 17,3% y 17,9% que representaba al comienzo del siglo, según alerta un informe de la Fundación BBVA y el Ivie.
Hoy, mientras la industria manufacturera apenas representa el 11,8% del VAB –mide la riqueza generada, restando lo que se gasta en producirla– y da empleo al 9,9% de los trabajadores, el turismo ha recuperado y superado cifras récord tras la pandemia, al aportar cerca del 13% del PIB y generar más de 2,5 millones de empleos directos. Pero este modelo tiene un problema: es intensivo en mano de obra poco cualificada, más vulnerable a las crisis externas y con un impacto ambiental creciente. Además, según el INE, el salario medio en el sector turístico se sitúa un 17% por debajo del promedio nacional.
La industria manufacturera aporta el 11,8% del VAB y el 9,9% del empleo, mientras que el turismo ya supera el 13% del PIB
La apuesta desequilibrada por el turismo ha terminado por relegar la industria, que requiere inversiones a largo plazo, innovación y políticas de Estado. Se ha priorizado el cortoplacismo del sector servicios frente a la complejidad de una reindustrialización que, aunque más difícil, garantiza empleos de mayor calidad, más estables y mejor remunerados.
Mientras otros países europeos han reactivado sus estrategias industriales, España se ha dejado llevar por la inercia del sol y playa, olvidando que ningún país puede aspirar al liderazgo económico si no fabrica, innova y exporta con músculo propio.
España va, pues, a contracorriente ante el espejismo de la reindustrialización. Reindustrializar no es cuestión de nostalgia ni de proteccionismo. No se trata de volver a una industria pesada del pasado ni de mantener sectores ineficientes a golpe de subvención. Se trata de identificar aquellos subsectores con mayor productividad, potencial de crecimiento y capacidad exportadora. De apoyarlos con políticas públicas inteligentes: eliminación de trabas, acceso a financiación, alianzas internacionales, formación tecnológica y apoyo a la innovación.
La meta del 20% del PIB industrial que marca Europa no debe ser un objetivo en sí mismo, sino una consecuencia de un tejido productivo más moderno, eficiente, digital y sostenible. No puede aspirarse, por ejemplo, a una mayor presencia de la industria sacrificando los servicios avanzados, que también generan empleo cualificado y bien pagado. Lo importante es que crezcan las actividades con más valor añadido, sea cual sea su etiqueta sectorial.
En resumidas cuentas: o España apuesta de verdad por una industria del siglo XXI –digital, sostenible e innovadora– o seguirá alejándose de Europa mientras se le escapan las oportunidades.
@J_L_Gomez
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