El eucaliptal pirófilo no arde por esta costa galaica, mientras nuestras frondosas se consumen por el interior

Publicado: 26 ago 2025 - 01:05

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El Sor, ese río crucigramero que divide, en una parte de su curso, acaso la más frondosa, las provincias de Coruña y Lugo, el rio de los cien meandros o alguno menos, que a su encuentro con el Cantábrico forma una hermosa ría del Barqueiro, de la Estaca, de Vicedo, del Sor o de Vares, que por tantos nombres conocida, hasta su fondo en la Insua de San Martiño, hoy convertida en eucaliptal, donde monasterio femenino hubo y saqueos de vikingos. Tiene en Ribas de Sor como su referente y en un puente, el de Porto, otro medieval. El río va como encajonado entre montañas que se yerguen más allá de los 400 metros y podría ser un vergel si no hubiesen asfaltado los caminos de su diestra ribera. Podría ser un hijo este rio de la sierra del Xistral, la más colonizada que poder se encuentre de aerogeneradores. Tiene su otro hermano, el Sar santiagués, que de más humilde, vierte en el Ulla más abajo de donde quisieron levantar la fábrica de celulosa, ese Altri al que debe vigilarse para que, inesperadamente, empiece a explanar y a edificar para dejarnos al Ulla sin caudal, o a lo peor, devolviendo la contaminada al cauce.

Nosotros continuamos por esta costa Cantábrica donde las temperaturas ni se asoman a esos 30º

Trasladado de escenario, porque por esta costa no arden ni los eucaliptos o al menos uno no ha visto ni fuego ni humareda en lontananza, llamo al arrasado Cholo, el presidente de Montañas de Trevinca, que me dice que ya no le quedan lágrimas que verter ante la destrucción del entorno vilanovés del que morada hizo décadas ha. Esa ascensión que era un desparrame florísticos por As Meladas hacia Trevinca, ha quedado calcinada; solamente se salvó el Maluro hacia la cima más alta, por su crestón. La idílica y llena de mitos lagoa de a Serpe con su leyenda de la joven encantada en forma de sierpe presenta un entorno apocalíptico donde ya ni moraran ninfas, gnomos o leyendas porque el infierno es parte de su entorno. Se salvaron las lagoas de Ocelo, Laceira y Carrizais cuando el fuego desde Porto de Sanabria, recordada por la Villalvil juntanza, ascendió por las laderas de la sierra Calva para reducirlo todo a cenizas, y aun la de su vecina Segundera donde sitos, esos 2.000, el Moncalvo, Moncalvillo, los sistemas lacunares, de esta subdivisiòn de sierra del Rábano, quedó quemada allá por donde un mes ha con tres amigos rondé por ese paraíso de flora, lagunallos glaciares, riachuelos, desparrame botánico por doquiera. Me resisto a que esos paraísos dejen de existir, pero es que la voz de Cholo, cuyo espíritu y cuerpo por allí transita, no dejaba lugar más que a un panorama desolador, diciéndome que muchos pasan por la montaña pero no aman la montaña. Alguien que lo dejó todo en la ciudad por la vida en el campo, otro no hubiera para exponer tanta desolación. No echa la culpa a los políticos, ni a los vecinos, ni acaso a los incendiarios porque conocedor de que o lume se maneja bien entre las gentes del medio, insinúa que los vecinos imprescindibles cuando ven amenazado lo suyo, que si lo del bien común como tal, muchas dudas le asaltarían. A Cholo le queda la esperanza de unas nieves, cicateras siempre, que cubran tanta desolación o la blanqueen, o unas lluvias que no erosionen una tierra desnuda. La esperanza siempre queda para quien cantado tenía que se produjese esta ígnea avalancha. No echa la culpa a nadie…salvo a los pirómanos que siempre existieron en el medio rural y a las condiciones de extremo calor que propician la ecuación del 30-30-30. El resistirá en su fortín do Trisquel, de la Vilanova, da Veiga, aunque sea viendo el orto de un sol que por Trevinca asoma.

Nosotros continuamos por esta costa Cantábrica donde las temperaturas ni se asoman a esos 30º, incluso con algunas matinales lloviznas y donde los cielos despejados no son lo habitual como en esa nuestra provincia del sur azotada por las olas de africano calor sin nubes que alivien por occidente.

Si Cholo, morador a pie de monte, no pierde la esperanza en nieves o lluvias, nosotros, urbanitas de una ciudad que cuasi cercada fue por las llamas, tampoco deberemos perderla.

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