Rosendo Luis Fernández
Creo en la España de una realidad diversa
La semana pasada marcó un punto de inflexión terrible en las relaciones euro-atlánticas. El 5 de diciembre la administración Trump publicó su nueva Estrategia de Seguridad Nacional y, por primera vez de manera explícita, Washington definió a Europa como un territorio en riesgo de “borrado civilizacional” y advirtió que ciertos miembros de la Unión Europea (UE) y de la OTAN ya no son aliados fiables a largo plazo. El texto, además, califica la política de la UE como amenaza a la identidad occidental, y aboga por “ayudar a Europa a corregir su trayectoria” mediante el abierto respaldo americano a nuestros partidos nacionalistas y euroescépticos. En pocas palabras: Washington viene a decir que Europa no sólo ya no es un socio estratégico, sino que debe reformarse según los criterios ideológicos del movimiento trumpista. En la práctica, se recomienda al gobierno que induzca al desmantelamiento efectivo de la UE como bloque político-económico. Ese giro no es fruto del azar y sí es un calco de la posición rusa sobre Europa. Simultáneamente, Trump ha impulsado un plan de rendición de Ucrania que haría de Rusia la ganadora de la guerra poniendo en riesgo grave la seguridad de Europa. Ante este ataque sin precedentes a la soberanía europea y al orden transatlántico, la reacción de líderes políticos como António Costa (Presidente del Consejo), Kaja Kallas (ministra comunitaria de Exteriores) o Ursula von der Leyen (Presidenta de la Comisión) ha sido intensa en declaraciones retóricas, pero hasta ahora, considerando la gravedad de la injerencia, demasiado tibia. Europa debe golpear la mesa y decirle al malnacido de la Casa Blanca lo que piensa de él y de su repulsiva traición a nuestra alianza.
Hace décadas nos acostumbramos a depender: energía rusa, defensa americana, manufacturas chinas, mano de obra del Tercer Mundo. Pero ahora el proveedor de energía sigue siendo Rusia (...)
Esta vuelta de tuerca antieuropea de la Casa Blanca responde a su ya evidentísima subordinación al régimen del Kremlin, a través de Trump y del movimiento totalitario MAGA. Analistas como el corresponsal de Le Figaro Régis Genté y varios más han documentado abundantemente los vínculos financieros, comerciales y políticos de Trump con el Kremlin. Esta afinidad, manifestada desde mediados de los ochenta, nunca fue inocua. Hoy se proyecta en una estrategia geopolítica de “Gorbachov inverso”: esta vez es Rusia quien se infiltra en lo más alto del sistema occidental, usando como instrumento a un presidente estadounidense. ¿Está Trump en plantilla, está chantajeado o simplemente comparte la cosmovisión geopolítica de Putin? Quizá un poco de todo. Y ahora cobra fuerza otra vez la hipótesis de que Trump busca un canje geopolítico: hemisferio occidental para Washington, Europa para Moscú. Entregando a Rusia la Europa que el movimiento MAGA detesta por sus valores liberal-democráticos, Washington podría concentrarse en un imperio continental: América Latina, Canadá, el Caribe, Groenlandia. Pero puede ser una estrategia ingenua, porque Rusia nunca ha dado muestras de conformarse con sus vecinos y siempre ha aspirado a recuperar el rol de superpotencia global, por lo que cualquier concesión territorial será meramente temporal, instrumental. Ese supuesto intercambio no sólo es moralmente inadmisible, sino estructuralmente inviable. Canadá jamás aceptará ser un protectorado americano. Groenlandia, tampoco. Europa misma no permitirá ser entregada al Kemlin por un hermano mayor que de pronto nos abandona. Putin no busca socios sino dominación, y cualquier posible reconfiguración geopolítica es una trampa a medio plazo.
Nuestro viejo esquema de interdependencias para la paz ya no garantiza la libertad: nos precipita a la subordinación.
Por eso, lo sucedido la semana pasada ya no admite neutralidad ni buenas palabras ni paños calientes. Occidente debe reaccionar ya, y debe hacerlo con decisión, urgencia y coherencia. Y si por primera vez en ochenta años eso implica enfrentarse a Washington, pues hágase, porque este Washington ya no es el de siempre, el normal. Es ahora parte del problema y amigo de nuestro enemigo. Cuanto antes lo entendamos, mejor. Hace décadas nos acostumbramos a depender: energía rusa, defensa americana, manufacturas chinas, mano de obra del Tercer Mundo. Pero ahora el proveedor de energía sigue siendo Rusia, el de defensa es títere de Rusia, el de manufacturas es aliado estrecho de Rusia, y hasta el Tercer Mundo está siendo neocolonizado a toda velocidad por Rusia (Sahel, Myanmar…). Nuestro viejo esquema de interdependencias para la paz ya no garantiza la libertad: nos precipita a la subordinación.
Desde la semana pasada, Europa tiene ante sí una disyuntiva histórica: resignarse a volver a las fronteras entre bloques de 1989 o incluso caer todo el continente bajo el poder ruso, o sobrevivir. Y para sobrevivir no sirven veintisiete voces: hace falta una sola voz en política exterior y de defensa. Urge la coordinación real de ejércitos, inteligencia y diplomacia, comprendiendo cabalmente que estamos solos (respecto a Washington) y que o nos unimos ya y de verdad, y reclutamos al resto del Occidente global, o perecemos en el mundo de equilibros entre superpotencias que Trump parece estar diseñando en complicidad con Xi y Putin. O Europa se erige, in extremis, en un bloque soberano, estratégico y efectivo, o más nos vale ir aprendiendo ruso.
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