Cuánta falta hace el orgullo

LA OPINIÓN

Publicado: 29 jun 2025 - 04:05

Dennis González, campeón mundial de natación sincronizada.
Dennis González, campeón mundial de natación sincronizada.

Este artículo es incómodo. También para mí el escribirlo. Pero quizás sea la única forma de extirpar las ideas que, a veces en forma de metástasis y otras de malignidad residual, nos llevan a catalogar a los demás por sus gustos, en lugar de hacerlo por su voluntad.

Manuel Neuer es uno de los mejores porteros de la historia. No hay informaciones fiables de que sea gay, ni falta que hacen. Pero portar un brazalete LGTBI y salir en defensa del colectivo le ha convertido en diana de los bárbaros, más preocupados por su orientación sexual que por sus paradas

El deporte juega un papel crucial. Su foco lo convierte en una herramienta social plenipotenciaria. Pero es un ámbito cargado de estereotipos que las masas envalentonadas no dudarán en usar para asegurar que las mujeres no llegan al larguero o que los negros solo saben correr. No es culpa de ellos no ser los varones blancos que juzgan un mundo hecho a su medida. Y que por si alguien lo dudaba, también dicen ser heterosexuales.

Dennis González es el primer campeón mundial de la historia de natación sincronizada. También sufre acoso de las alimañas que creen que por practicar una disciplina artística es necesariamente homosexual y merece hate.

Tom Daley es campeón olímpico de saltos en plataforma. Hay cabestros que se echan las manos a la cabeza porque ha decidido dar una vida feliz a sus dos hijos con otro hombre.

Megan Rapinoe y Sue Bird han sido las mejores en fútbol y baloncesto, ganando mundiales y oros olímpicos. Una vergonzosa parte de la sociedad entiende mejor su relación porque asume que las marimachos que practican deporte llevan el pelo corto y son lesbianas.

Manuel Neuer es uno de los mejores porteros de la historia. No hay informaciones fiables de que sea gay, ni falta que hacen. Pero portar un brazalete LGTBI y salir en defensa del colectivo le ha convertido en diana de los bárbaros, más preocupados por su orientación sexual que por sus paradas.

Todas las manifestaciones del orgullo siguen siendo necesarias porque todavía no somos capaces de desembarazarnos de la dualidad que parte al mundo en dos. Una brecha en la que hombres y mujeres, solo pueden hacer cosas pautadas para su género en una prescripción social en la que también se indica con quién acostarse. De no hacerlo así, su identidad quedará desdibujada. Ya no serán patinadores, futbolistas o pilotos. Ya no serán campeones, líderes o referentes. Ya no serán ni siquiera hombres o mujeres. Serán otra cosa diferente, no canónica ni convencional por la que habrá que señalarlos hasta que cambien de opinión o, al menos, forzarlos a que vivan sus conductas desviadas de la pestilente norma heteropatriarcal dentro de un armario del que, realmente, no interesa que salgan. O sí, tan solo para que se den cuenta de cuánto mejor estaban dentro. Sin aire.

El primer futbolista profesional que se declaró homosexual, Justin Fashanu, acabó quitándose la vida en 1998 tras sufrir una campaña de persecución y difamación social. La futbolista internacional Eudy Simelane fue brutalmente violada y asesinada en 2008 para "corregir" su lesbianismo. Esto no fue hace un siglo. Fue anteayer.

El orgullo que celebramos hoy es el mejor antídoto contra la homofobia, pero debe aplicarse a manguerazos y todos los días del año junto al peso de una ley inflexible que deje claro que el único delito es la intolerancia. Y cuando la sociedad sea capaz de cantar gol sin mirar la matrícula de quien lo hace, seguirá haciendo falta ese orgullo por todas las personas a las que no se lo dejaron lucir.

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