Itxu Díaz
CRÓNICAS DE OTOÑO
Hay que ir sacando la ropa de fiesta
Podría parecer que bajo este epígrafe uno va a hablar de los datos de inflación en la Argentina de Milei, con un 236% interanual en el mes de agosto, o en la Turquía de Erdogan, que este mes la ha “reducido” al 61,80%. O quizá de lo cuesta arriba que parece hoy la hipotética aprobación de los Presupuestos Generales del Estado con una mayoría de investidura que se desgaja por la derecha -nacionalista- con Junts, PNV y Coalición Canaria flirteando, quien sabe si coyunturalmente, con el PP.
Pero no. Al filo de lo imposible, como recordarán quienes han nacido antes de 1980, fue un programa de la televisión pública que cada domingo por la tarde catapultaba y hacía viajar a millones de personas a las cordilleras y lugares más lejanos e inhóspitos del planeta. Del Karakorum al desierto del Gobi, de Guadalupe al Cerro Torre austral. Un programa innovador, pionero, sin igual en ninguna de las grandes televisiones públicas de la época. Ni la BBC británica con su inmensa tradición documentalista, ni France Télevisións, con su voluntad de extender la francofonía como actor cultural y lingüístico global tenían un programa de las características (y récords alpinísticos) de “Al Filo”. Y esto tenía no poco valor. Al fin y al cabo las radio televisiones públicas no solo son -como tanto se discute y critica- herramientas de política (interna). Sino que son una de las bases de la estrategia geopolítica de aquellos países que se quieren potencias globales o regionales. De ahí que estadounidenses, franceses, ingleses o ahora las potencias árabes se afanen en tener televisiones que irradian al mundo más allá de sus países y comunidades lingüísticas. O de ahí, por ejemplo, las resistencias a que en nuestro pais, Galicia, se pueda ver de forma normalizada la portuguesa RTP. Galicia y la lusofonía, ese es un tema para otro debate.
Pero volviendo a lo doméstico, hace tres meses, Sebastián Álvaro, mítico aventurero y director durante 29 años de “Al filo de lo imposible” aterrizó (en tren, por supuesto) en Ourense para subir y reivindicar el valor de la que es nada menos que la montaña más alta de Galicia, Pena Trevinca. Invitado por el Clube Montañas de Trevinca que salvaguarda y difunde desde A Veiga los valores del maravilloso ecosistema de origen glaciar que rodea los 2.127 metros de Trevinca, un hombre aparentemente menudo, Sebas Álvaro, bajó del tren procedente de Madrid y tuvo que pararse varias veces a hacerse fotos y charlar con gente que le decía “¿eres Sebas? ¡Gracias por ‘Al filo’, me hizo aficionarme a caminar y a la montaña!” “Me hizo viajar y conocer mundo”. O simplemente, “me hizo disfrutar y sobre todo aprender”. Aprender valores como el respeto a la naturaleza, la fragilidad y la interconexión y dependencia del mundo y sus ecosistemas, la dimensión finita y mortal del humano, la solidaridad y la cooperación entre hombres y mujeres cuya vida depende del otro en una cordada.
Y así fue como probablemente sin quererlo, un grupo de aventureros (no diría locos, pero probablemente no del todo cuerdos) y amigos (porque para el éxito de cualquier empresa humana relevante también es imprescindible que se concite un valor tan poco ensalzado como es la amistad) hicieron 355 programas míticos. Algunos de ellos, anotemos el dato, con una audiencia de 14 millones de televidentes. Programas de los que hoy, y esto es la metáfora del tiempo presente, apenas se pueden ver una decena en RTVE. Por falta de pericia o de voluntad, nadie en los últimos años ha decidido que es una idea pertinente digitalizar unos programas que tuvieron (y tendrían, me atrevo a decir) enorme audiencia y que son patrimonio colectivo (pagados con erario) de éxitos y valores. Y mientras, continúan amontonados literalmente en un desván.
Decía Umberto Eco en “Sulla Televisione”, un conjunto de escritos recogidos por el italiano entre 1956 y 2015 sobre la Neotelevisión (como llamaba Eco a la TV a partir de la época Berlusconi): “La civilización democrática se salvara únicamente si hace del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica y a la profundidad de valores, y no una invitación a la hipnosis”. Imaginemos hasta qué punto en tiempos en que la televisión también se ha convertido en ruido y barullo, cuando no en hipnosis, el peso en perspectiva de la buena cobra doble valor.
En una época habitualmente atravesada de llamadas al éxito personal y al individualismo, contrasta y hace pensar cómo un grupo de amantes de la montaña y la superación colectiva (pues a una cima nunca se sube solo) golearon en audiencia a Masterchef o a Pablo Motos.
La imposibilidad de ver “Al Filo de lo Imposible” en RTVE es, en definitiva, una buena metáfora de la conversación pública en el tiempo presente. De hasta qué punto a veces no se sabe poner en valor proyectos que irradian lo mejor de una sociedad, ocupados en darle vueltas a frivolidades y diferencias, por encima de éxitos y virtudes.
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