Foreman en busca del tiempo

Publicado: 23 mar 2025 - 00:30

George Foreman (d), ante Ali, en la “batalla en la jungla”.
George Foreman (d), ante Ali, en la “batalla en la jungla”. | La Región

Puede que el boxeo se le parezca al jazz en aquello de los renglones torcidos. Ambas son artes improvisadas, espontáneas, exclusivas del músico que vibra el saxo o el púgil que viste los guantes. Son movimiento, compás y euritmia. Son las armas de un combate azaroso donde hacer dos veces el mismo truco, se paga con la lona.

Puede que por ello, la figura de George Foreman me evoque, de una manera irrevocable, a la de "El Perseguidor" de Cortázar. En uno de sus cuentos más célebres, el maestro argentino rinde tributo a Charlie Parker, oculto tras el alter ego de Jhonny Carter, un virtuoso del saxo alto, obsesionado con el tiempo que pende sobre su cabeza como una guillotina que amenaza con cercenar todo lo que queda.

Foreman también jugueteó con el tiempo: se fue muy joven y volvió muy viejo, justo antes de virar inmortal.

Nació rodeado de pobreza en una familia de seis hermanos. Un programa gubernamental de apoyo a adolescentes díscolos lo salvó del caos para subirlo a un ring. En México 1968 se colgó el oro y, cinco años más tarde se convirtió en campeón del mundo tras arrebatarle el cinturón a Joe Frazier, al que mandó seis veces al suelo. Defendió su privilegio con éxito hasta la madre de todas las batallas. Don King preparó en el corazón de África una escebechina para que un barbilampiño pero arrebatado Foreman (40-0), pusiese en jaque al mejor boxeador de todos los tiempos: Muhammad Ali. Big George lo arrinconó pronto pero sus golpes clamaban por un KO que no llegaba. Ali aguantaba en las cuerdas mientras susurraba al oído de Foreman bravatas que minaban el vigor de sus impactos. En el octavo, espoleado por las 60.000 gargantas que, en lingala, aullaban "Ali, bomayé" (Alí, mátalo), encadenó un uppercut de izquierdas y un jab inapelable que fundieron los plomos de Foreman. El "Rumble in the Jungle" es la piedra filosofal del boxeo, pero sumió al bombardero de Texas en una depresión que le llevó a colgar los guantes, dos años después.

Un programa gubernamental de apoyo a adolescentes díscolos lo salvó del caos para subirlo a un ring.

En 1987, con 38 años y los ahorros de la hucha dilapidados, volvió al ruedo para librarse de rivales de poco fuste, pero también para recibir auténticas golpizas que claudicaban ante la lógica de la edad, porque Foreman, además de un cañonero tremebundo era un perseguidor tenaz. Persiguió el tiempo y lo atrapó para convertirse en el campeón de los pesos pesados más viejo de la historia. En 1994, con 45 años y 21 después de su primer título, Foreman vencía a Moorer para volver a abrocharse el cinturón. Se retiró definitivamente en 1999, con medio siglo embuchado en el zurrón de la experiencia.

Persiguió el tiempo y lo atrapó para convertirse en el campeón de los pesos pesados más viejo de la historia.

Cada vez que Jhonny Carter toca el saxo en el cuento de Cortázar sobrepasa los límites de lo mundano para aprehender una suprarrealidad donde descansa el sentido de su existencia: “si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de los minutos y de pasado mañana”.

El saxo de Carter son los guantes de Foreman, que detuvo el tiempo en cada aldabonazo, para dejarnos una valiosísima receta y la esperanza de todo lo que nos queda. La memoria consiste en encontrar el pasado que nos une y tratarlo con respeto para construir un futuro mejor. Independientemente del lado que cuente el relato o del color de la camiseta que lleve puesta. Hacerlo es posicionarse. Y es bueno y sanador.

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