Fernando Lusson
El cortejo de Junts
EL ÁLAMO
Nacemos. Vivimos. Morimos. Hay muchas razones evolutivas para que las cosas funcionen de esta manera. Si me permiten una interpretación teológica apócrifa, en los planes divinos estaba la posibilidad de que hubiera idiotas intentando oprimir permanentemente a su pueblo. La muerte, cuya función es mucho más amplia, fue una solución bastante eficaz para limitar el poder de los tiranos y permitir que los hombres pudiéramos seguir siendo libres al menos cada varias generaciones. De otro modo, los venezolanos tendrían que sufrir a Maduro para toda la vida. Y eso es, me temo, el infierno en la tierra.
Casi todos los países tienen científicos trabajando en diferentes modos de alargar la vida. Por paradójico que parezca, algunos de los más célebres en esto son los de la Europa rica, la misma que trabaja con intensidad para dar matarile a ancianos y enfermos y ahorrarse sus pensiones; Lo han llamado “eutanasia” porque “dar matarile” sonaba demasiado frío incluso para un holandés.
Dicen que el más interesado en esta pastilla es Xi Jimping, a quien un micrófono traicionero captó hace un par de meses hablando sobre el tema de la perpetua supervivencia con otro líder muy interesado en la inmortalidad, Vladimir Putin
Ahora los chinos han probado en ratones una pastilla que podría llevar a los humanos a vivir 150 años. Que ya hay que ser desgraciados para darle eso a una rata, como si hubiera algún desdichado roedor deseando triscar durante 148 años más entre cubos de basura y alcantarillas, perpetuando su mísera y maloliente existencia. Dicen que el más interesado en esta pastilla es Xi Jimping, a quien un micrófono traicionero captó hace un par de meses hablando sobre el tema de la perpetua supervivencia con otro líder muy interesado en la inmortalidad, Vladimir Putin.
Xi, que cree solo en el marxisimo-ateísmo, tiene ya 72 castañas. La vida en la tierra le sonríe, al mando de una gran potencia, con un séquito de esclavos de unos mil cuatrocientos millones de chinos, y con la capacidad de eliminar a los que no le caen bien con un solo gesto de desaprobación de su ceja. Pero ateo y todo, en la setentena, con los achaques propios de una vida repleta de vicios y placeres sin más privación que el miedo a un infarto de joven, contempla el horizonte de su biografía con un temor atroz porque, aunque piense que no hay nada detrás de la muerte, se enfrenta por fin por primera vez a algo que no está en su mano tener bajo control. Suerte que, por no ser religioso, no ha pensado todavía en los asuntos que podrían complicársele durante el Juicio Final.
Con excepción de los que conservan, pública o privadamente, alguna noción de esperanza cristiana, todos los dictadores se vuelven locos y paranoicos en las proximidades de la tercera edad. A fin de cuentas, la muerte nos iguala a todos. Desde Mao hasta Maduro, desde Castro hasta Alí Jamenei, nada temen más los tiranos que la muerte, que les roba todos sus poderes y privilegios y los arroja a un espacio de incertidumbre. Incluso al más ateo de los hombres, ante la inminencia de la muerte, le surge la duda, quizá una última ventana que les abre el buen Dios por si quieren arrojarse a su misericordia.
Julio César –con razón, como vimos más tarde- vivió con pánico a que lo asesinaran, Nerón mató a familiares y senadores porque veía complots contra su vida por todas partes, Calígula padecía una paranoia obsesiva con la posibilidad de sufrir un atentado, y Qin Shi Huang, mi idiota favorito, primer emperador de China unificada, padecía tantofobia –fobia a la muerte-, por lo que se pasó media vida buscando la inmortalidad mediante elixires y alquimia, lo que propició su muerte por envenenamiento tras engullir un brebaje para la vida eterna que debía estar caducado.
Imagino que terminaremos prolongando artificialmente nuestra vida hasta límites insospechados. Pero, personalmente, vivir 150 años me parece de muy mal gusto. Hay que dejar algo de vida a los demás, a los que se quedan. Mi consejo, en cuanto a las normas de cortesía básica a la hora de la muerte, es que cuando vayas a encontrarte con San Pedro al otro lado del túnel, no deberías tener más años que él en la iconografía clásica.
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