La hidra de 18 mil millones de cabezas

Publicado: 13 ago 2025 - 06:50

La hidra de 18 mil millones de cabezas.
La hidra de 18 mil millones de cabezas. | EP

Todas las semanas hablo con amigos que viven en Cuba. Su única válvula de escape es el desahogo verbal, y he aquí una apretada síntesis de su agonía: apagones que superan las veinte horas, inflación alarmante, una cantidad cada vez más creciente de personas revolviendo en basureros buscando qué comer, hospitales sin los medicamentos más básicos; en fin, una crisis social y humanitaria más agravada que aquella de los años noventa, tras la caída del antiguo campo socialista. En esas voces derrotadas por el cansancio, constato que la gente vive en el más delirante surrealismo de la opresión y la miseria.

Corto una rebanada de pan; destapo un pote de mantequilla, pongo a calentar un tazón de leche en el microondas, y pienso en cuántos del otro lado verían en esta simpleza un acto capital de realización, una dulcísima tregua en la guerra sin cuartel contra el hambre. Percibo esto con más dolor que asombro, justo ahora, cuando hace muy pocos días El Nuevo Herald de Miami destapó un escándalo indignante e hiperbólico: la filtración de documentos financieros ultrasecretos de Gaesa (Grupo de Administración Empresarial S.A.) que arrojan un saldo parcial de 18 mil millones de dólares repartidos en paraísos fiscales del extranjero. Nótese que con esta cifra obscena podría prácticamente reconstruirse el país, sumido en la más severa crisis de su historia, pero no, estos fondos existen con la única finalidad de consolidar lo que es realmente Gaesa, un poder en la sombra, un “estado paralelo” que desde hace décadas toma las verdaderas decisiones respecto al destino del pueblo, e incluso escribe el libreto de un gobierno títere, que es, desde todo punto de vista, un holograma político, la parte visible del horror sumergido. Se trata de una trama compleja cuyos tintes encenderían las más extravagantes imaginaciones conspiranoicas. Parece un argumento de ficción, pero son las potestades grotescas de la realidad.

Un teorema sociopolítico parece cumplirse: a medida que un poder crece, nace en su interior el germen de la autodestrucción

La resultante es el statu quo de un país en ruinas, generaciones enteras que han perdido la noción de lo que significa vivir con un mínimo de dignidad, millones de hambrientos que duermen con el pan de almohada y los oídos saturados de consignas cuyas palabras claves son “resistencia”, “bloqueo” y “enemigo estadounidense”. Lo cierto es que para el pueblo cubano hay un solo enemigo, y está dentro. Hay un solo secuestrador, pero su estrategia es no mostrarse. Gaesa, sabedlo bien, no es solamente el brazo de hierro que estrangula la garganta de una isla exhausta, es una industria meticulosamente organizada que ha convertido la miseria ajena en su principal materia prima. Esas cifras, prácticamente ilegibles por su desfachatez numérica, provienen de recargas telefónicas, agencias de testaferros en el exterior encargadas de gestionar remesas familiares y envíos de paquetería; todo ello y más, en una cadena de expolio inauditable e impune. La clave de todo este entramado es una ecuación simple: cada emigrado cubano financia la supervivencia de quienes no pudieron escapar y permanecen allí, rehenes de esa perversa maquinaria de extorsión que es Gaesa. Súmese a sus arcas los centenares de millones que ingresan legiones de médicos esclavos, y el arribo de turistas aún fascinados con los despojos materiales de la última dictadura comunista de occidente.

A pesar de esta aparente invulnerabilidad, existe un teorema sociopolítico que parece cumplirse: a medida que un poder crece desvergonzadamente, nace en su interior el germen de la autodestrucción. Y no es cuestión de hacernos ilusiones con el colapso inmediato de esas estructuras siniestras, es que esta filtración del Herald evidencia una tumoración mucho más profunda: la guerra entre los clanes familiares en que se ha dividido la familia Castro tras la muerte del dictador, la aspiración de una facción dentro del poder real a que la justicia internacional incaute esos fondos que mantienen sobre rieles la verdadera locomotora del régimen. Todo esto ocurre, conste, no porque exista la intención de producir una transición hacia la democracia o sacar al país de la gran catástrofe en que se encuentra sumido, sino por un afán de venganza cuyas razones profundas se sabrán más temprano que tarde, sin que sea necesario esperar décadas.

No quiero intoxicarme con el veneno de las vanas esperanzas. Sobre todo, ahora que miro hacia el librero y recuerdo esa observación de Marguerite Yourcenar en Alexis o el tratado del inútil combate: “Toda felicidad es inocencia”. Más aún cuando conozco de cerca la extraordinaria capacidad del régimen para reinventarse. Pero es inevitable: intuyo el principio del fin con un discreto regocijo porque ahora, como nunca antes, se configura un escenario de cambio inédito, porque una espada ciega ha rozado siquiera el miocardio de la hidra de dieciocho mil millones de cabezas. No quiero intoxicarme con el veneno de las vanas esperanzas, pero tal vez, este pan, esta mantequilla, y este tazón de leche caliente, sean mañana el desayuno de millones.

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