Historia de amor de una ciudad

UN CAFÉ SOLO

Publicado: 22 dic 2025 - 00:10

Sonia Torre
Sonia Torre | La Región

Con las ciudades sucede a veces lo mismo que con las personas. En algunas, cuando las conoces, reconoces su belleza y su encanto pero sabes que no te gustaría quedarte en ellas. Comprendes que no están hechas para que se conviertan en tu casa. Otras, en cambio, pueden resultar caóticas y, aunque desprendan cierto aire a decadencia, sientes un flechazo instantáneo y no te importaría vivir en ellas la rutina de los días donde parece que no pasa nada.

Las ciudades, como las personas, pueden ser hostiles y frías o confortables y cálidas. Podemos sentir que nos acogen y cuidan o que, por el contrario, buscan echarnos y nos agreden.

Al igual que sucede en las relaciones humanas, con el tiempo pueden decepcionarnos, alejarse de lo que un día creíamos que serían y empezar así el fin de un enamoramiento que presentíamos para siempre. Porque las ciudades son mucho más que edificios, calles o asfalto: son el espacio vivo por el que transitamos cada día dejando en ellas parte de nosotros.

Me encontré con esta ciudad hace mucho tiempo. Yo era joven y ella estaba vieja y dañada, pero mantenía viva la memoria de su historia. Mostraba orgullosa su propia identidad. Guardaba y exhibía las huellas de quienes la habían habitado y ofrecía territorio para seguir caminando sobre ella con la promesa de un futuro siempre mejor y más humanizado.

Con los años, yo envejecí y ella fue cambiando su aspecto, con operaciones que no siempre la favorecieron y por las que, a cambio, fue entregando trozos de su esencia, convirtiéndose en un lugar menos amable, menos especial, menos único. Ahí empezó a deteriorarse la relación. Ahora no nos queremos tanto, ni ella a mí ni yo a ella, porque me cuesta encontrarme en sus calles. Ha sido una ruptura lenta, digerida a pequeños sorbos, pero aun así dolorosa.

Las ciudades, como las personas, pueden ser hostiles y frías o confortables y cálidas. Podemos sentir que nos acogen y cuidan o que, por el contrario, buscan echarnos y nos agreden.

Me cuesta reconocerla porque casi todo lo que la hacía única ha ido mudando hacia un escaparate frío y global, vaciado de contenido especial. Ya apenas cuenta historias ni invita a vivirla despacio. Las operaciones que buscaban rejuvenecerla, con el tiempo han reventado las costuras y la han dejado caer, mostrándola sucia y desamparada.

Las decisiones de despacho han silenciado sus voces creativas con desidia y ruido. Le han robado sus espacios verdes cambiándolos por un frío hormigón. Han ido arrancando sus raíces, ignorando sus posibilidades de crecimiento. La van deconstruyendo con vendavales de arrogancia.

Lo más triste de este desamor no es que haya cambiado, transformarse es la única manera de crecer y prosperar, sino que hayan impuesto una metamorfosis que ha dejado atrás la meta de construir una ciudad humanizada y habitable para su ciudadanía. Cabe esperar que aún haya alguna posibilidad de salvarla. Podría ser un buen deseo para el próximo año.

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