Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
El resultado electoral holandés de la semana pasada merece ser celebrado como un triunfo del liberalismo político en su conjunto. Los dos partidos liberales han infligido una enorme derrota al populismo nacionalista y xenófobo de la nueva derecha radical. El partido Democraten 66 (D66) ha dado un salto espectacular, lo que representa una bocanada de aire fresco para una Europa pesimista en la que cunde el temor a nuevas formas coercitivas de conservadurismo o tradicionalismo, ejercidas desde fuera del marco liberal ilustrado como vemos por ejemplo en Hungría. D66 obtuvo veintiséis escaños en la cámara baja del parlamento, con lo que casi triplica su resultado anterior. Aunque el otro partido liberal, el VVD, pierde un par de escaños, sigue siendo la tercera fuerza política del país bajo el liderazgo de la ex ministra de Justicia Dilan Yeşilgöz, de origen turco. Juntos, D66 y VVD pueden ser el núcleo de una amplia coalición de fuerzas políticas normales, constitucionales, mainstream, leales al marco general de democracia liberal. Y lo principal: el partido del extremista Geert Wilders, el PVV que había llegado a formar parte del gobierno, ha sufrido un severo revés electoral y proyecta sobre el continente europeo la esperanza de que lo mismo suceda en todas partes y la terrible amenaza de Farage, Le Pen o Weidel nunca llegue a materializarse.
Cuando toda Europa se enfrenta a intentos espurios de redefinición de la democracia misma para convertirla en tiranía de las masas, casi vestidas con camisas negras, el resultado holandés es todo un faro: la libertad del individuo sigue siendo lo importante
¿Qué indica este resultado holandés? En primer lugar, que el liberalismo sigue siendo el sistema de ideas central, nuclear, de esa sociedad. Para una parte determinante del electorado ha sido esencial defender un modelo basado en el libre mercado, las libertades individuales y el pluralismo social y cultural o moral. La sociedad holandesa no cae, como otras, en la tentación de cerrar fronteras o romper alianzas internacionales, ni en la de revivir siglos pretéritos, ni en la de maltratar a sus minorías de cualquier índole. Un paseo por Ámsterdam deja bien claro a cualquier observador inteligente que la libertad individual es el valor supremo del ideario comúnmente asumido por el holandés medio. En un sistema parlamentario muy fragmentado, sólo los dos partidos liberales ya sacan cuarenta y ocho escaños mientras el PVV y los otros tres de ultraderecha, juntos, se quedan en cuarenta y dos.
El hecho de que Wilders no vaya a ser parte del gobierno -pues todos los partidos tradicionales han descartado explícitamente coaligarse con los nacional-populistas- es una excelente noticia que trasciende con mucho las fronteras de los Países Bajos. Si el fenómeno, después de Polonia, Rumanía, Moldavia y ahora Holanda, se sigue extendiendo, podríamos augurar que el liberalismo político ha sobrevivido e incluso está retomando la iniciativa. Y es normal que la sociedad holandesa sea pionera y determinante en este cambio de tendencia. A lo largo de los siglos, los holandeses han sido adelantados del libre comercio, de la tolerancia civil y del reconocimiento de derechos que en otros sitios tardaron más en llegar. Desde la regulación de la prostitución hasta la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, y desde la eutanasia a las drogas blandas, Holanda ha sido siempre vanguardia de la libertad individual. Esa raíz cultural e institucional no es trivial: convierte al país en un laboratorio social de la libertad, y hoy esa experiencia da vigor político a la era Jetten, que, si todo va bien, prácticamente habrá sucedido a la era Rutte (antiguo primer ministro por el VVD) sin haber sucumbido a los cantos de sirena de los abascales neerlandeses. D66, cuyo líder Rob Jetten es abiertamente homosexual, obtiene un respaldo amplio de los ciudadanos heterosexuales. Eso es lo normal, que no importe lo más mínimo la orientación sexual de un político, que sea algo anecdótico. Que en los Países Bajos ese dato no quite votos es un indicador de que las sociedades más libres y prósperas tiran a la basura los arcaicos prejuicios identitarios que el rancio conservadurismo coercitivo, en otros lugares, ansía restaurar. El liberalismo tiene un fortísimo músculo electoral y cultural en ese país porque nunca ha renunciado a sus principios a favor de la izquierda ni de la derecha colectivista. Si los Países Bajos siguen siendo el bastión liberal en Europa no es por casualidad: responde a la apuesta consciente de una porción suficiente, determinante, de la sociedad. Y eso mantiene a ese país entre los países más desarrollados del planeta. No es casualidad sino causalidad: la libertad trae prosperidad. Siempre. Los Países Bajos tienen un Estado que asfixia menos a la ciudadanía, y una ciudadanía que le exige al Estado más espacios de no injerencia. Es esa combinación la que explica el triunfo del centro liberal.
Cuando toda Europa se enfrenta a intentos espurios de redefinición de la democracia misma para convertirla en tiranía de las masas, casi vestidas con camisas negras, el resultado holandés es todo un faro: la libertad del individuo sigue siendo lo importante. Que D66 vaya a liderar una coalición de centro derecha y centro izquierda, sin extremistas a bordo, es una gran noticia.
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